martes, 6 de diciembre de 2011

Las lecciones de Europa

Por Boaventura de Souza Santos.
Folha de São Paulo


Europa está aterrada por el fantasma del agotamiento histórico.
Tras cinco siglos de haberse atribuido la misión de enseñar al mundo, parece tener poco que enseñar y, lo que aún es más trágico, parece no ser capaz de aprender de la experiencia del mundo.
A pesar de ser cada vez más pequeño en el contexto mundial, el rincón europeo no consigue comprender el mundo si no es a través de conceptos generales y principios universales y ni si quiera se da cuenta de que su fidelidad a éstos hoy es un espejismo. Partiendo de la idea de que la comprensión del mundo excede en mucho la comprensión europea del mundo, las dificultades por las que pasa Europa pueden ser un fértil campo de aprendizaje para todo el mundo.
He aquí las principales lecciones.
Primera lección: la idea de que las crisis constituyen oportunidades es una verdad ambigua porque las oportunidades van en direcciones opuestas y son aprovechadas por quienes se preparan mejor antes de la crisis.
La derecha ha usado la crisis para implementar la “doctrina del choque”, que implica las privatizaciones y la destrucción del Estado de bienestar (privatización de la educación y la salud). No había logrado hacerlo por la vía democrática, pero fue preparando a la opinión pública para asumir la idea de que no hay alternativa al sentido común neoliberal.
Por el contrario, la izquierda se ha dejado desarmar por este sentido común, razón por la que no ha podido aprovechar la crisis para mostrar el fracaso del neoliberalismo (tanto por el estancamiento como por la injusticia) y proponer una alternativa posneoliberal.
El movimiento ecologista, antes fuerte, ha quedado paralizado por la consigna del crecimiento, aun sabiendo que este crecimiento es insostenible y que así pierde la oportunidad brindada por la cumbre Río+20 [1] del año que viene.
Segunda lección: la liberalización del comercio es una ilusión productiva para los países más desarrollados. Para ser justo, el comercio debe basarse en amplios acuerdos regionales que incluyan políticas industriales conjuntas y la búsqueda de equilibrios comerciales dentro de la región.
¿No debería Alemania, que tanto exporta al resto de Europa, importar más del resto de Europa?
Para que esto sea posible, es necesaria una política aduanera y de preferencias comerciales regionales, así como una refundación de la Organización Mundial del Comercio, hoy un cadáver aplazado [2], en el sentido de empezar a construir del modelo de cooperación internacional del futuro: acuerdos globales y regionales que, cada vez más y siempre en la medida de lo posible, hagan que los lugares de consumo coincidan con los lugares de producción.
Tercera lección: los mercados financieros, dominados como están por la especulación, nunca recompensarán a los países por los sacrificios hechos, pues la insuficiencia de estos sacrificios es lo que alimenta los beneficios de la inversión especulativa. Sin el control de las dinámicas especulativas, el desastre social se producirá de todos modos, tanto por la vía de la obediencia como de la desobediencia a los mercados.
Cuarta lección: la democracia puede desaparecer gradualmente y sin necesidad de un golpe de Estado.
Varios países de Europa viven una situación de suspensión constitucional, un nuevo tipo de Estado de excepción que no tiene en el punto de mira a peligrosos terroristas, sino a los ciudadanos comunes, sus salarios y sus pensiones.
La sustitución de Berlusconi (para la que había buenas razones democráticas) fue decidida por el Banco Central Europeo.
El estatuto de los bancos centrales, creado para hacerlos independientes de la política, ha hecho que la política dependa de ellos.
Una vez conquistada parcialmente, la democracia puede ser destripada por la corrupción, la mediocridad y pusilanimidad de los dirigentes, así como por la tecnocracia en representación del capital financiero al que siempre ha servido.
Notas
[1] Se refiere a la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible de junio de 2012 (N. T.)
[2] Alusión al verso del poema “Don Sebastián, rey de Portugal”, de Fernando Pessoa, que dice: ¿Sin locura qué es el hombre más que una bestia sana, cadáver aplazado que procrea?” (N. T.)
Fuente:
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).

martes, 1 de noviembre de 2011

UN LUMINOSO DÍA DE JUSTICIA

Por Horacio Verbitsky.
Fuente: Página 12

“Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.” Lilia Ferreyra apretaba contra su cuerpo una de las copias de la Carta de Rodolfo J. Walsh que hicimos después de su secuestro y asesinato, el 25 de marzo de 1977. Su testimonio fue uno de los más conmovedores del largo juicio que terminó esta semana con la condena a dieciséis miembros del núcleo operativo de la primera ESMA, e incluyó la reconstrucción en su memoria del cuento “Juan se iba por el río”, desaparecido en el saqueo de la casa del matrimonio, por el que también fueron condenados los culpables. Además estaban en la sala familiares de los secuestrados en la Iglesia de la Santa Cruz y varios miembros del grupo que en 1979 fue llevado a la quinta El Silencio, propiedad del Arzobispado de Buenos Aires, para que no los encontrara en la ESMA la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Por esos hechos deberán pasar el resto de sus días en prisión personajes como Astiz, Pernías, Cavallo y el Tigre Acosta. Casi todos ellos habían sido detenidos por la Cámara Federal de la Capital en el verano de 1987, pero poco después fueron liberados por la ley de obediencia debida. Fue en esta causa que, conmocionado por la confesión de Adolfo Scilingo, Emilio Mignone solicitó el derecho a la verdad sobre lo sucedido con su hija y abrió así la puerta que permitiría retomar los juicios interrumpidos bajo la presión de las armas, luego de que se declararan nulas las leyes de impunidad, en 2001. Un símbolo de la persistencia de los organismos defensores de los derechos humanos es la ubicación en primera fila de las querellas de Carolina Varsky, la extraordinaria directora de Litigio del CELS, quien era apenas una adolescente cuando por primera vez los miembros de esta banda de marinos criminales fueron detenidos. Que la sentencia se leyera horas antes del primer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner es otro acto de justicia. Cuando él llegó a la presidencia ya había casi un centenar de altos jefes militares y de fuerzas de seguridad detenidos y procesados. Desde 1998 estaban bajo arresto Videla, Ma-ssera y otros jefes de la dictadura por el robo de bebés y el saqueo de bienes, dos delitos que las leyes de impunidad no perdonaron. Entre marzo de 2001 y mayo de 2003 varios jueces y cámaras federales, la Cámara de Casación Penal y la Procuración General afirmaron que los secuestros, torturas y desapariciones forzadas de personas constituyen delitos contra la humanidad y, como tales, no están sujetos a amnistías ni prescripción. Pero faltaba la confirmación de la Corte Suprema de Justicia, donde un cardumen de incompetentes y corruptos mantenía abierta esa página sólo por temor a las consecuencias. La jerarquía eclesiástica, Duhalde y Brinzoni creyeron llegado el momento oportuno luego de las elecciones de 2003. Pero Kirchner se opuso y al asumir adoptó la simple fórmula Memoria, Verdad y Justicia. De inmediato decapitó a esa cúpula castrense que volvía a inmiscuirse en las cuestiones políticas que no le corresponden, promovió el juicio político a los jueces indignos de la Corte Suprema y pidió al Congreso que declarara nulas aquellas leyes y ratificara los tratados internacionales sobre la imprescriptibilidad de aquellos crímenes. Un poco después desconoció al obispo castrense que había abogado ante la Corte por sus feligreses de manos ensangrentadas y rompió con el viejo cómplice de la Triple A que se imaginó que lo manejaría como un ventrílocuo. En un manuscrito presentado a los jueces, Acosta dijo que la carta de Walsh era “un arma de la guerra civil revolucionaria terrorista” y que la admiración que aún suscita demuestra que “la guerra no terminó”. Walsh entendió que no tenía sentido pedir a los jefes de aquella empresa criminal que meditaran. Pero impresiona que quienes entonces fueran jóvenes oficiales a sus órdenes, hoy entre su séptima y novena década de vida, muestren la misma incapacidad para reflexionar sobre las atrocidades que cometieron. Astiz bufoneó acariciándose una escarapela tamaño Billiken y algunos familiares y amigos de los marinos entonaron el Himno Nacional. Pero los hijos de varios de los condenados lloraban y se abrazaban en busca de consuelo. Sus padres son los responsables del dolor que hoy los atraviesa. Ojalá algunos de ellos comprendieran lo que Walsh escribió hace 34 años. Ni la carta ni el proceso judicial son armas de guerra. Los dieciocho detenidos gozaron del derecho de defensa con todas las garantías que negaron a sus víctimas e incluso un personaje tan notorio como Rolón fue absuelto. El juicio fue así una ejemplificación insuperable de la diferencia entre una dictadura sin ley y el imperfecto estado de derecho. La encuesta realizada el día de las elecciones por el Centro de Opinión Pública de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires indicó que entre las políticas del gobierno nacional que cuentan con mayor aprobación del electorado la principal es el juzgamiento de los crímenes de la dictadura, con el 93 por ciento entre los votantes de Cristina y el 79 por ciento de quienes prefirieron a otros candidatos. La sociedad sí está a la altura de aquellas palabras de Walsh.

lunes, 31 de octubre de 2011

Carta a Rodolfo Walsh




Pese a que nací el mismo año que Rodolfo Walsh, siempre lo consideré un maestro. Pese a su asesinato por los sicarios de Massera, Rodolfo sigue hoy más vivo que nunca a través de sus escritos y su ejemplo. Por eso, en el aniversario de su muerte le escribí una carta sabiendo de antemano que me va a responder desde sus libros, cada vez que yo los vuelva a releer. Esta fue mi carta:

Osvaldo Bayer

"Querido Rodolfo:

Tu carta a la Junta Militar lo previó todo, denunció todo, dijo todo. La escribiste aquí, en tierra y de frente. Basta comparar tus límpidas, escuetas verdades, con el último decreto de los militares que decretó la autoamnistía de los generales en huida, el firmado por aquel Bignone, el único oficial de la historia que entregó a sus propios soldados para que los asesinaran. Vos, con la palabra allí, de frente, sin moverte. Los generales con sus picanas, sus pentonavales, sus capuchas, que ya pensaban en la fuga. Desde el momento en que cerraste el sobre con tu misiva ya comenzaba la derrota del plomo. Tu palabra y tu ética, Rodolfo. Por eso tu nombre ya está en una esquina porteña. Tan pronto, contigo, la Historia hizo su selección. Vos el 'terrorista', listo a la discusión otra vez. Los occidentales y cristianos Videla, Massera y toda su cohorte de amanuenses ya en el techo de la basura de la historia, por los siglos de los siglos. Vos, sin títulos, sin premios. Es que marcaste a fuego, sin proponértelo, al resto de los intelectuales argentinos. Los hubo quienes se sentaron a la diestra del dictador a la mesa servida del triunfo de la picana y hubo otros que no oyeron ni vieron ni hablaron cuando los balazos te fueron llevando la vida. Habrás sonreído cuando leíste la nómina de intelectuales que ahora adhieren a tu recuerdo. Los que te negaron al tercer canto del gallo hoy se apresuran a aplaudirte. ¿Y que dirán aquellos científicos de las letras, faraones y mandarines de cátedras e institutos que te calificaron esteta de la muerte? Hoy se apresuran a poner tus libros en las vitrinas oficiales. Pero nunca le diste importancia a esas cosas. Con tu máquina de escribir te metiste en los intestinos del pueblo, en el dolor y la humillación de la pobrería, de los azuzados. Mientras otros se dedicaban a cuchilleros o hacían romanticismo con antiguos generales fusiladores, vos -decepcionando a los críticos literarios consagrados- te metías en la actualidad: ¡oh pecado!, y todas sus mafias. Algo imperdonable para el olimpo y los repartidores de prebendas. Pero ni reparabas en esto. Trascendías a todas las sectas de café y de cátedra. Estabas en la calle con los perros y los piojos, los jóvenes y los ilusos, eras el Agustín Tosco de las redacciones. Agustín Tosco ¿te acuerdas de ese muchachón en overol que hablaba de cosas como justicia e igualdad, dignidad y deber? Palabras que no figuran más: hoy todos nos empujamos por aparecer en tapa. Te tomaste en serio la palabra. Exageraste en eso de la verdad. Además siempre creíste que había llegado el momento de descifrar ya los jeroglíficos y las claves. Dedicabas tu tiempo a eso mientras los otros trepaban, trepaban. En una sociedad maestra del trepar soñabas con implantar normas que permitieran un país donde todos tuvieran una canilla con agua y maceta con malvones. ¿Por qué tu insistencia si ya se había demostrado que todos esos intentos terminaban como le fue a Rosa Luxemburgo, con un balazo en la nuca y con el rostro en un charco de lodo? Cometiste otro gran error que tampoco los mandarines de las letras podían perdonarte: hiciste la mejor literatura con un estilo directo, claro, preciso, como el de un maestro primario rural. Te entendían y te entienden todos. Rompiste el mito sagrado que un intelectual debe ser un travesti de las palabras y no un sembrador de quimeras y rebeldías. Tu más grande pecado fue hacer arte literario puro con sólo los siete colores primarios.

Te arrojaron vivo al mar, te enterraron como NN, te quemaron en una pira. Y aquí estás, en medio de Buenos Aires. Tan rápido la historia puso las cosas en su lugar. Pero éste es el primer paso. Porque ahora queremos saber el nombre y apellido de tus asesinos. En sí, ya los sabemos pero exigimos que lo digan los jueces y el gobierno. Porque no vayamos a creer que todo se arregla con una plazoleta. Porque seria cínico si no pusiéramos aquí también, en una placa, el nombre de tus asesinos. No aceptaríamos que los jueces nos digan que ya no es posible por las leyes de punto final y obediencia debida. Porque en ese caso tendríamos que poner el nombre de los que te asesinaron por segunda vez: los legisladores que votaron esas leyes, el espurio salvoconducto del crimen. Pero no nos mintamos. Si hoy estuvieras vivo te calificarían con los remoquetes que acostumbra el 'peronista' que está en la Casa Rosada: 'ultraizquierdista' o 'infiltrado al servicio de los intereses extranjeros'. Pero vos seguirías imperturbable. ¡Las cosas que tendrías que decir! Vos que estuviste en aquella CGT de los Argentinos tendrías tanto que hablar del señor Cassia y de la flexibilización, y de la venta de armas para matar a otros latinoamericanos, y de los bastones largos contra los pañuelos blancos de las Madres, y de los ministros de la dictadura que te asesinó y que hoy son ministros de la democracia... y de los pibes en las calles que jamás tendrán un canilla con agua y una maceta con malvones. Por algo quisieron silenciarte. Pero no lo lograron. Tus libros están de nuevo en bibliotecas y colegios. Con ellos se formarán nuevos curiosos de la verdad. Porque la ética es como una cadena sin fin que viene desde el comienzo de la Historia. Y gracias a esa ética y gracias a los Rodolfo Walsh que se fueron dando la mano, hoy todavía hay vida en este mundo. Gracias Rodolfo. Qué alegría nos ha dado el verte de nuevo entre nosotros, para siempre".

El mandato de no ceder

Por Eduardo Aliverti

En verdad, no se siente que haya demasiado para agregar. Haber acertado a vivir en el país real, descartando el mediático que hacía dudar a muchos, no confiere el derecho de caer en obviedades. Uno también dudó. Confesemos que, si se retrocede hasta 2008/2009, no había seguridades respecto del salto hacia delante. Casi que lo contrario, inclusive.
Para cumplir con lo que no por obvio deja de ser concluyente, Cristina aplastó al resto aunque, según las conclusiones de ciertos colegas, parece que no es dato central. Binner redondeó una elección muy buena, si se lo toma desde la condición de casi ignoto con que arrancó hace unos meses y aunque sea apresurado darle el papel de líder opositor natural que se le otorga junto a Macri. Como lo dijimos en la nota de este diario el lunes que pasó, el santafesino es hacedor de una gestión con buena fama y usufructuario del gorilaje de clase media que no encontró mejor refugio. Y al intendente porteño le queda por demostrar que, así le ponga todo el cuerpo a construir la alternativa explícita de la derecha, sabrá encarnar la opción ofreciendo algo mejor que lo que el kirchnerismo expresa por izquierda en los marcos del sistema. Adiós al hijo de Alfonsín, y adelante radicales con esas internas perpetuas que clonan a la inutilidad en forma igualmente imperecedera. Chau para el ex sheriff de Lomas de Zamora, junto con su esposa. El Alberto queda como dato folklórico. Interesante ratificación en cifras de la izquierda radicalizada, aunque no le haya alcanzado para meter representación parlamentaria (apunte de Ezequiel Adamovsky, historiador e investigador del Conicet, en Página/12 del último viernes: “A pesar de las protestas de la izquierda trotskista, la reforma política ‘proscriptiva’ parece haberla beneficiado porque la forzó a dejar de lado rencillas internas que (...) parecían insalvables. (Claro que) Sus mejores logros no estuvieron (...) en los distritos de mayor pobreza o presencia trabajadora”). Y Carrió, suponemos, está guardada en un rancho-spa para preparar la resistencia al régimen. Perdió “la corpo” mediática, además o antes que todos ellos. Ya se dijo, ya se sabía. Ya está, por más ganas de seguir regodeándose en que, alguna vez, el tiro salió para el lado de la justicia. Joaquín Morales Solá, en La Nación del 29 de junio de 2009 y entre múltiples otros, decía: “El kirchnerismo ha concluido anoche como ciclo político. El tiempo que le resta es el de un paisaje resbaladizo (...) El peronismo tiene desde ayer el candidato que buscaba para relevar el liderazgo de Kirchner: es Carlos Reutemann”. De pronósticos como ésos hay decenas, y es muy divertido memorarlos en las piezas audiovisuales y archivos gráficos que circulan a troche y moche por los programas y redes oficialistas. Ya está. Ya perdieron. Ya son un ridículo. Ya no significan más que la escritura de la impotencia.
Es mejor correr a la derecha por derecha, pero para delante. Divertirse un ratito con armas igual de sencillas que las ejercidas por ellos ayer y hoy, pero prospectivas. Con munición tan elemental como la empleada por los liberales para haber avisado, hace dos años, que el ciclo de los K estaba fenecido. Porque, de tan patéticos que fueron y son sus argumentos, merecen verse reflejados en la moneda propia. Por ejemplo, cuando el conflicto con los campestres era que la patria sublevada, desde la propiedad de la tierra, había ganado en las calles y las rutas su derecho a rebelarse, a exigir el fin de la yegua, a promover el Cobos inmediato. ¿Mentira, entonces, que el pueblo no delibera ni gobierna a través de sus representantes? Si tenían que pudrir todo a través del piqueterismo garca, estaba bien. Como estuvo bien que, a minutos de muerto Kirchner, editorialistas y operadores se dieran el lujo de reproducirle a la yegua el pliego de condiciones que La Nación le elevó al Presidente recién asumido. Romper con Cuba, reconciliarse con los organismos financieros internacionales, archivar los juicios al genocidio. Periodismo independiente. Y no pierden el tiempo. La Presidenta debe optar entre “el consenso o la lucha”, es uno de los reforzados caballitos de batalla con que machacan desde el domingo los medios de la derecha. Increíble, o insólita pero lógicamente pertinaz. Un gobierno que termina de ser refrendado con números inéditos, después de ocho años, y se permiten señalarle el rumbo con sentido contrario al implementado. ¿El “consenso” qué sería? ¿Defecarse en que el 54 por ciento de los votos respaldó una gestión capaz de haberles marcado la cancha a los gerentes económicos del Poder? ¿Sería sentarse a negociar para que no sigan fugando dólares? ¿Sería devaluar para “tranquilizar a los mercados”? ¿Sería prestarles oreja a los gurúes del establishment que pronosticaron un tipo de cambio 10 a 1, cuando la Argentina incendiada tras su inestimable colaboración con la apología de los ’90? ¿Sería arrodillarse en el altar de Melconian, de Broda, de De Pablo, de FIEL? ¿Sería que el pueblo equivocado se vaya a la huerta de Carrió, munido de inciensos, para encabezar la resistencia? ¿Sería ignorar la voluntad popular, entonces? ¿Violar el mandato de las urnas? ¿“La gente” vota una cosa pero debe hacerse otra? ¿El respeto a las instituciones es ante todo el interés de las corporaciones? ¿Esa es la concepción democrática de los “republicanos” que andan por las sesudas columnas políticas de la prensa libre?
El discurso de Cristina el domingo a la noche, tomando como único lo que dijo en el salón del hotel y en la Plaza, y haciendo abstracción de lo que se piense sobre su franqueza, tuvo una enorme generosidad. Paró agresiones, convocó a ser humildes en la victoria, llamó a que la convenzan de errores que está dispuesta a corregir o a superaciones que tiene ganas de asimilar (pero que alguna vez en la vida, por favor, le señalen políticas de Estado serias, tiradas desde la buena leche). Dejemos de lado el tramo de la alocución presidencial destinado a la tropa entusiasta: vamos por construir organización y poder en los frentes sociales, en las agrupaciones juveniles, en el entramado del abajo. Apartémoslo no porque carezca de significación. Al revés. Tal vez estemos frente a (el intento de) una etapa refundacional del kirchnerismo, destinada a convertirlo en algo estructuralmente más fuerte que el liderazgo personalista de un esquema favorecedor de las grandes mayorías. Solamente se trata de señalar que Cristina abrió la mano, concilió desde su avalancha de sufragios, se puso mucho más como jefa de Estado que en candidata reelecta por goleada. Y le respondieron con que se vienen la presidencia imperial, el poder omnímodo, La Cámpora, el avasallamiento del Congreso. Le dijeron que lo que debe hacer con el 54 por ciento de los votos es rifarlos. Nobleza obliga, los cruzados de esa perorata son colegas de los medios opositores. En líneas generales, con excepción manifiesta de la comandante Lilita, los dirigentes derrotados se llamaron a mezcla de felicitaciones y silencio. Los otros no esperaron ni un segundo. Siguen avanzando, ahora con el clima de la fuga de capitales, porque resultó que las imbecilidades de argüir ataques al periodismo y arrestos autoritarios caen en saco roto. Al margen de deficiencias técnicas y discursivas que el Gobierno debería asumir, en orden a que la inflación es la que es y el dólar continúa como el valor de confianza supremo, lo más importante pasa por cómo atacan en política.
Todo esto se produce justo al año de la muerte de un tipo que se merece una seguridad colectiva absoluta, aun para quienes persistan en odiarlo: decía en privado lo mismo que hacía en público. Un político sin doble discurso. Será por eso que el pueblo lo quiere tanto. Y que la derecha no sabe muy bien cómo seguir, salvo para joder la restitución de confianza popular, frente a un mito reciente que convoca multitudes hacia izquierda.

martes, 27 de septiembre de 2011

Los espectros latinoamericanos: el populismo, la izquierda y las promesas incumplidas

La Tecl@ Eñe Edición Aniversario - 10 Años
Ideas,cultura y otras historias... Año X Número 48 - Septiembre - Octubre de 2011 -

Por Ricardo Forster

Estos dos fragmentos forman parte del capítulo "Los espectros latinoamericanos: el populismo, la izquierda y las promesas incumplidas", el cual integra el último libro de Ricardo Forster.

1.

La historia no se repite. O al menos, y más allá de los dichos canónicos de ciertos historiadores inclinados a ofrecer una visión simplificada, casi nada de lo que aconteció en el pasado regresa en el presente manteniendo su lozanía ni manifiesta tendencias continuas, agazapadas desde el fondo de los tiempos esperando, siempre, la hora de su retorno triunfal. Cada época, en este sentido, reinícia la marcha de la sociedad sabiendo, sin embargo, que lo nuevo lleva dentro suyo, lo sepa o no, lo quiera o no, marcas profundamente talladas en su cuerpo. Que en la historia la repetición implica necesariamente la diferencia, el giro inesperado, la ruptura con algunos de los núcleos decisivos de esos otros tiempos que han quedado a las espaldas, incluso de aquellos que constituyeron momentos fundamentales y que acabaron por transformarse en mitos. Para decirlo de otro modo: cada presente se inventa su propio pasado, lo adapta a sus necesidades, lo inscribe en los imaginarios que atraviesan las formas de visión y comprensión que dominan la trama de sus dispositivos. Aunque lo deseemos con fervor, con una nostalgia que a veces nos arrasa el alma, es imposible regresar al pasado del mismo modo que nuestra infancia ha quedado para siempre encerrada, en el mejor de los casos, en una dulce melancolía o en un alivio nacido de saber que ya no podrá seguir mortificándonos del mismo modo[1].
Que la historia no se repita, y que ni siquiera sea verdadera en toda su extensión aquella frase tallada por Marx al comienzo del Dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, frase tantas veces citada como si fuera la verdad revelada, y que el propio Marx decía haber leído en algún libro de Hegel, aquello de que la historia primero se da como tragedia y luego como farsa, no significa, por supuesto, que uno no vaya a la búsqueda, para intentar entender su época, de aquellos otros momentos de la historia que pueden servir de espejo invertido.
Para algunos periodistas y también para ciertos divulgadores del pasado es sumamente atractivo, y altamente funcional a sus intereses, destacar una y otra vez de qué manera las cosas se repiten, haciendo de la historia una suerte de escenario en el que en definitiva nos volvemos testigos de una eterna lucha entre buenos y malos, adaptándose cada uno a los gustos del periodista o historiador de turno.
Estas frenéticas búsquedas de relaciones especulares con el pasado se han convertido en una moda particularmente activa en nuestros días, en los que en la Argentina y en gran parte de Latinoamérica parecen regresar los inolvidables años setenta. Con el triunfo de Bachelet en Chile, mujer, divorciada, socialista e hija de un general asesinado por la dictadura pinochetista, y la inédita asunción del primer presidente indígena y de izquierda en Bolivia, que se suman a Lula en Brasil, a Chávez en Venezuela, a Tabaré en Uruguay y a Kirchner en la Argentina (y recientemente a Correa en Ecuador[2]), el sur de América parece haber regresado a los primeros años setenta, esos que se han vuelto míticos y que llevaron los nombres propios de Salvador Allende, de Velasco Alvarado, de Juan José Torres, de Héctor Cámpora y que estuvieron signados por las utopías revolucionarias de una generación que intentó tomar el cielo por asalto y que, como se encargaría de mostrarlo la segunda mitad de esa década, terminarían en el infierno y la desolación. La tentación es, sin embargo, demasiado grande, tanto para la derecha que, entre nosotros, habla desde las columnas de prestigiosos matutinos, del regreso del populismo estatizante, como para algunas izquierdas que creen estar viviendo nuevamente en una etapa revolucionaria. Para los primeros la antigua amenaza comunista se ha transmutado en la bestia negra de la actualidad que lleva el nombre de populismo; para los segundos el reloj de la historia siempre atrasa y no logran salirse de un arcaísmo paralizante que les impide comprender los profundos cambios que se han ido sucediendo en nuestras sociedades.
Que lo inesperado del actual escenario político latinoamericano genere múltiples comparaciones y hasta la sensación de un déjà-vu no significa que estemos ante una repetición de la década del setenta, y que más allá de ciertas similitudes o del espectro populista que tanto asusta a nuestros neoliberales e incluso a muchos de los llamados progresistas, lo que está sucediendo lleva, en parte, la impronta de todo lo que aconteció a lo largo de los últimos veinticinco años, tanto en el plano de las ideas como en el de las vicisitudes materiales de nuestras sociedades. Lo cierto es que la actualidad sorprendente de Latinoamérica ha tomado desprevenidos a casi todos los actores políticos e intelectuales, allí donde resultaba quimérico imaginar un giro tan elocuente en una historia que parecía encaminarse hacia la clausura y la desintegración de todas aquellas tradiciones que desplegaron su hacer en el interior del ideario emancipatorio. En todo caso, la brutalidad de las transformaciones que se sucedieron desde los años ochenta en adelante deben enmarcarse en un contexto internacional que arrasó las geografías conocidas y en el brusco clivaje de los imaginarios políticos que marcarían agudamente los derroteros de nuestras sociedades y que explican, en parte, el carácter de los actuales acontecimientos y de su laberíntica complejidad.
Destaco, para enfatizar lo que señalo, algunos acontecimientos que sacudieron al mundo en ese lapso: la profunda crisis del marxismo que estalló hacia finales de los setenta y que se adelantó a la caída del Muro de Berlín (aunque en los países dominados por la noche dictatorial la hora de las críticas se demoró algunos años e impidió, en gran parte, una genuina renovación de las izquierdas); el debate, todavía no saldado, entre los antiguos discursos modernos y las nuevas prácticas posmodernas que habilitaron, a su vez, el abandono de viejas categorías para dejar paso a renovaciones teóricas que resultaron bastante evanescentes; el dominio abrumador durante los noventa, y en especial pero no únicamente en Latinoamérica, del neoliberalismo que consolidó el triunfo de la ideología de mercado como referencia primera y última; la expansión hacia fronteras inéditas de las tecnologías de la información y la comunicación unidas a las emergencias de nuevos dispositivos científico-técnicos que amenazan con transformar radicalmente al propio ser humano junto con el planeta; la brutalización terrorista que se multiplicó desde, pero no únicamente, los atentados demoledores del 11 de septiembre de 2001 produciendo una perversa alquimia entre ideologías dogmáticas y tecnologías destructivas que ha clausurado cualquier referencia a valores justos para expresar, sin mediación alguna, la pura barbarie; hasta llegar a la profunda crisis de la política y de sus formas de representación, lo propio de nuestra época no es, entonces, la repetición, sino la extraña mezcla entre el pasado y la absoluta novedad, a lo que se le agrega la emergencia de esa compleja trama en la que se entremezclan lo económico, lo cultural, lo tecnológico, lo político estrechando las fronteras del mundo y globalizando las relaciones hasta poner en entredicho las viejas identidades nacionales, unido todo esto al desmembramiento del tejido social, a las nuevas formas de la intemperie y la pobreza capaces de transmutar las antiguas solidaridades propias de identidades en estado de acelerada fragmentación. De un modo inesperado regresan a escena algunos elementos que provienen de ese pasado que insiste aunque convertido, entre nosotros y en nuestra actualidad, en algo muy distinto de lo que fue. Constituye un ejercicio clave destrabar los prejuicios con los que se abordan algunas de estas recurrencias espectrales, de la misma manera que resulta fundamental volver a pensar críticamente lo que se guarda en el interior de algunos conceptos que, si bien permanecen en nuestros vocabularios, han sufrido radicales modificaciones a partir, precisamente, de esos cambios que por comodidad semántica encerramos en el interior de la nueva palabra-llave: globalización.
Tal vez por eso, los procesos que se han abierto en nuestro continente, si bien se vinculan, algunos de ellos, a tradiciones políticas de izquierda, unos, y populistas, otros, que se manifestaron con especial intensidad en los primeros setenta, responden a los aires de la época actual modificando, de un modo radical y quizás inesperado para muchos, lo que siempre se consideró como tradiciones progresistas e incluso revolucionarias. Ni Lula representa, hoy, la historia socialista del PT ni Kirchner es el heredero, puro y congelado durante tres décadas en los hielos patagónicos, de la generación montonera, del mismo modo que Bachelet tiene muy poco que ver con quien fuera en sus años juveniles en el Chile de la Unidad Popular ni los socialistas actuales se parecen a los que rodearon a Allende; y seguramente Evo Morales descorazonará a muchos eligiendo quizás el camino del pragmatismo de la misma manera que Tabaré Vásquez y el Frente Amplio colmado de antiguos cuadros tupamaros no esta conduciendo al Uruguay rumbo a la revolución social[3]. Y sin embargo algo está sucediendo en las tierras calientes de un continente pauperizado por políticas económico-sociales que aceleraron los conflictos en nombre de promesas siempre incumplidas. No casualmente, entonces, vemos como algunas experiencias resemantizan antiguas tradiciones mientras que otros se encargan de demonizar aquello que amenaza, hoy, con reinstalar en nuestro continente el espectro del populismo.
Los vientos de cambio que no dejan de sorprender en esta región del sur del mundo se enfrentan a sus propios desafíos y, claro está, a sus propios límites. No en vano pasó entre nosotros la década del noventa; sus marcas, sus envilecimientos, sus traumas, sus brutalidades e incluso sus seducciones no pueden ser borradas de un plumazo como quien gira el almanaque desprendiéndose, en ese gesto, de todo su pasado. Si bien la historia no se repite, la farsa es siempre una amenaza latente allí donde la propia sociedad prefiere hacer borrón y cuenta nueva, creyendo que de ese modo lo brutal del pasado, sus propias complicidades y bajezas, se volatilizarán como minúsculas partículas de polvo llevadas por el nuevo viento de la época.
Pensar tanto la globalización como interpelar las actuales condiciones sociales que, entre otras cosas, han modificado hondamente no sólo la realidad de la pobreza sino, también, nuestra percepción de ella y de los imaginarios que se constituyen a su alrededor, significa, entre otras cosas, poner en cuestión las fórmulas admonitorias, los prejuicios que esconden, muchas veces, un agudo plegamiento del pensamiento progresista a lógicas de la resignación o, más grave aún, a la aceptación del dominio planetario de un discurso monocorde adherido a las leyes del mercado y de un liberalismo estrecho y enceguecido con sus propios “triunfos”. Latinoamérica ha pagado un altísimo costo durante las últimas décadas como para seguir sosteniendo conceptos vacíos y teorías arbitrarias en nombre de la gran quimera de una entrada definitiva a las promesas emanadas de un tiempo capitalista que desea, de un plumazo y con extraordinaria torpeza, homogeneizar sociedades e identidades, culturas y tradiciones apelando a esas mismas promesas que, entre nosotros, han apuntalado la fragmentación y el empobrecimiento. De ahí que lejos de sentir temor ante la aparición de fenómenos políticos no siempre compatibles con las “buenas costumbres” declamadas por democracias fallidas, creo que el retorno del conflicto y de la heterogeneidad constituye una más que interesante oportunidad para sacarnos de encima la parálisis política que atravesó nuestro continente en los años anteriores.

2.

Los giros de la historia nunca dejan de sorprendernos. Hacer la prueba de instalarse en la década de los noventa para intentar pensar la actualidad, sus movimientos inesperados, la emergencia de lo insospechado, es más que interesante, supone un ejercicio del que seguramente nadie hubiera podido extraer, como posibilidad que se abriría en el horizonte más próximo, los cambios profundos y las novedades inquietantes del escenario latinoamericano. Lo que hoy está sucediendo en nuestros países, con diferencias y matices, con perspectivas no siempre encontradas, constituye un rotundo mentis a ciertos enunciados agoreros que destacaban sin dobleces la desaparición definitiva de discursividades y prácticas asociados a los antiguos fantasmas de políticas populistas, estatalistas o francamente inclinadas a hacer pie en la cuestión social y en la, abrumadoramente olvidada, distribución de la riqueza. Pensar la actualidad latinoamericana supone, desde un comienzo, recoger los hilos de un pasado que sigue insistiendo aunque en el interior de realidades que han mutado vertiginosamente. Tal vez, lo equívoco sea la utilización de categorías que presuponen contenidos que han quedado vacantes o se han modificado en la percepción de los actores contemporáneos, exigiendo un esfuerzo duplicado que nos conduzca a una genuina deconstrucción de algunos de esos términos a la hora de intentar comprender mejor y más intensamente el cuadro de situación.
Pienso, fundamentalmente, en conceptos muy en boga y dominantes que giran, hoy por hoy, alrededor de ese constructo retórico tan problemático que llamamos “globalización”. Me interesará, en todo caso, romper ciertos esquemas interpretativos, salirme de lo que el supuesto “sentido común” viene diciendo respecto a este fenómeno que domina el imaginario de la época y, desde ese gesto crítico, leer de otro modo aquellos otros núcleos de las sociedades latinoamericanas que resultan difíciles de abordar sin prejuicios. Me refiero, entre otros, a la cuestión de la democracia, del populismo, de las identidades colectivas, de los nuevos caudillismos políticos que se relacionan con el pasado y que a su vez lo subvierten, de las inéditas subjetividades estalladas que surgen de la nueva marginalidad urbana, de las transformaciones que se han operado en la pobreza hasta configurar un mapa muy distinto de los lenguajes que buscan dar cuenta de ella o que tienden a arrojarla a la oscuridad de lo maldito. Lo sucedido en las últimas décadas ha dinamitado el edificio de nuestras certezas y nos exige abordar con nuevos arsenales interpretativos fenómenos de extraordinaria originalidad.
Sin caer en falsos exitismos ni afirmar que América Latina ha entrado definitivamente en una nueva etapa de su tumultuosa historia (las señales evidentes de un giro anómalo e inesperado están allí como para ahorrarnos más comentarios), si creo necesario prestar atención a las señales que vemos surgir por doquier y que se expresan, sobre todo, en la reintroducción de palabras y conceptos olvidados o despreciados pocos años atrás junto con un cierto retorno (cada vez más intenso y significativo), sobre el que me gustaría volver más adelante, de la política, ahora desprendida, después del dominio de las retóricas neoliberales, de su reducción mercantilista o de su neutralización tecnocrática. Claro que este “retorno” de la política, la reaparición de un escenario conflictivo y la visibilidad de actores sociales antes despreciados u olvidados como partes claves de la escena cultural, política y social, no significa que estemos instalados, de un modo ya decisivo y como una inflexión superlativa, en un tiempo atravesado por demandas genuinamente políticas o que lo que hoy esté aconteciendo en Latinoamérica constituya un abandono radical y decisivo de las matrices que vienen dominando las discursividades y los imaginarios de las últimas décadas, en especial aquellos que se instalaron fuertemente a partir de los años ochenta y de la mano con la profunda crisis de los ideales emancipatorios, por un lado, y de los restos de voluntad transformadora que habitaba ciertas perspectivas que por comodidad denominamos “populistas”, por el otro.
Instalados en otra coyuntura histórica descubrimos, no sin cierto azoramiento, que las relaciones con el pasado continúan perturbando una actualidad que, sin embargo, sigue por caminos que ya no conducen, ni pueden hacerlo, hacia la reaparición de aquellos espectros que si bien parecen fugarse del museo al que supuestamente habían ido a parar, se presentan profundamente transformados. En todo caso esos “retornos” vienen a condicionar la aparente homogeneidad que le imprime a la sociedad actual la gramática globalizadora, allí donde las recurrencias del pasado, el regreso de ciertos debates aparentemente clausurados, la insistencia de identidades desvanecidas y esa otra vuelta extraña de un populismo anacronizante nos colocan en un laberinto del que no se sale afirmando modos del pensar y del hacer anclados en aquellos discursos que dominaron la escena en los últimos veinte años. Quiero decir que la discusión en torno a los efectos de la globalización en América Latina ya no puede hacerse eludiendo esas marcas espectrales ni pasteurizando la memoria o ese otro laberinto todavía más complejo de definir y de pensar que constituyen las identidades.
Es por eso imprescindible recuperar un cierto marco histórico para abordar críticamente los fenómenos contemporáneos, en particular los que se asocian con la globalización y sus decisivas transformaciones de las esferas tradicionales que supuestamente articulaban nuestras sociedades. No cabe duda, que frente a la proliferación de alternativas y de experiencias diversas en el interior de la geografía latinoamericana propias del pasado, las últimas décadas se caracterizaron por un irresistible proceso de homogeneización que atravesó no sólo la dimensión económica sino que se amplió a las esferas de la cultura, la política y lo que otrora se denominaba con el concepto, algo vago y abstracto y no carente de una cierta lógica esencialista, de “identidad”. En este sentido, fue principalmente la década del noventa la que tendió a dinamitar las estructuras del pasado (no las que articularon los mecanismos de dominación, esas permanecieron intocadas), sino aquellas que tenían que ver con lo que genéricamente podría denominarse “las formas del vivir” o las “identidades culturales”. Lo que se vino aparentemente abajo, lo que se derrumbó de acuerdo al discurso hegemónico del período, fueron esas tramas que entrelazaban ideales emancipatorios, resistencias culturales, políticas sociales entramadas con el reconocimiento de la diversidad y particularidades resistentes a los procesos de homogeneización propios del tiempo del capitalismo global.
No casualmente desde las ciencias sociales fueron transformándose las perspectivas de análisis al ir abandonando antiguas categorías para adentrarse en nuevos territorios. Con la crisis del marxismo se desvaneció, casi como por encanto, la venerable categoría de “clase social” que fue reemplazada, desde los ochenta, por los rutilantes “nuevos movimientos sociales” que, a su vez, también caerían en la picota del aceleramiento posmoderno que prefirió, en los últimos años, trabajar con formas más huidizas e inestables que giraron alrededor de esa ficción transformada en “ideal tipo” por Néstor García Canclini de “hibridización cultural”. Con esa palabra casi mágica se buscó dar cuenta de los fenómenos que iban emergiendo en el interior de los traumáticos encuentros del impulso globalizador y las formas locales de identidad y resistencia. Entre la homogeneidad y la heterogeneidad, entre el dominio creciente de un discurso aplanador y la persistencia de las diferencias, la teoría de la hibridación cultural alcanzó algo así como un equilibrio inestable.
Los noventa produjeron una suerte de cisma en el interior de nuestra historia, como si de un día para el otro se hubieran desvanecido prácticas y creencias, ideologías e identidades, palabras y experiencias absorbidas por un huracán que terminó por reducir a escombros gran parte de aquellas ideas desde las que, de distintos modos, se había pensado nuestro continente. Confluyeron en ese período crucial y traumático, acontecimientos mundiales y circunstancias locales, entremezclados con una crisis colosal de las identidades político-ideológicas vinculadas, en general, a tradiciones de izquierda y/o populistas. La caída de la Unión Soviética constituyó un punto de inflexión no porque se hubieran mantenido las expectativas en las promesas del socialismo real, sino porque vino a señalar de un modo aplastante la crisis radical de las izquierdas y el avance prodigioso de un discurso articulado alrededor del capitalismo triunfante convertido en el árbitro absoluto de la política, en el dueño de la nueva escena histórica.
Lo que se había anunciado a sangre y fuego a través de las dictaduras sudamericanas en la primera mitad de los setenta y que se prolongó hasta bien entrados los años ochenta, terminó por consolidarse con el retorno de la democracia: el abandono de las agendas sociales, la desaparición de mundos político-conceptuales que, durante casi todo el siglo xx, habían girado en torno al igualitarismo y a la integración. Parecieron derrumbarse tradiciones enteras junto con la entronización de la nueva ideología reinante que venía del norte y que iría desplegándose alrededor del sacrosanto mercado. Los procesos de transición democrática ampliaron la esfera de las libertades en el mismo instante en que profundizaron las desigualdades económico-sociales.
Tal vez la condición trágica de aquellos años, el sino de los procesos abiertos principalmente en Sudamérica con la caída de las dictaduras (en circunstancias bastante diferentes pero que por el espacio dejo sin aclarar), haya sido precisamente el hiato que se manifestó entre el retorno del Estado de derecho, la reconquista de las libertades y de la democracia con la brutalización económica que se desplegó impiadosamente durante los últimos veinte años y en nombre de la integración al mercado mundial de países que habían permanecido ajenos a ese gran marco de referencia de las democracias occidentales. Dicho más breve y crudamente: la recuperación democrática se desarrolló con total independencia de la cuestión social y se hizo de espaldas a los reclamos de equidad de aquellos sectores de la sociedad que verían, a lo largo de esos años postdictatoriales, profundizarse su marginación y empobrecimiento.
Es este uno de los problemas centrales a la hora de pensar la relación, traumática, de los países latinoamericanos y los fenómenos de globalización. Del mismo modo, que se tendió a disociar democracia y conflicto, a reducir, cada vez más intensamente, la práctica y la idea de la democracia a sus formas institucional-jurídicas lo que tuvo como consecuencia inmediata el vaciamiento de lo político, su reducción a sede tribunalicia en muchos casos, y la expropiación, ideológico-conceptual, de la dinámica del conflicto como núcleo enriquecedor de la democracia reduciéndolo a lógica del “resentimiento” o a retorno fantasmagórico del populismo que, precisamente y de acuerdo a este discurso dominante, exacerbaba el conflicto reduciendo la calidad institucional.
Lo llamativo de los años finales del siglo veinte, y especialmente en nuestro continente, es que en nombre de la democracia y las libertades recuperadas se profundizó su vaciamiento y su ahuecamiento en casi todos los sentidos, incluyendo por supuesto el propiamente republicano que no dejó de pagar el precio de la devastación ética que atravesó el mundo de la política en la mayoría de nuestros países, allí donde una clase dirigente aggiornada a los nuevos tiempos neoliberales se convirtió en agente de una depredación monstruosa de esos mismos estados que supuestamente venían a recuperar y a sanear después de los años negros de las dictaduras. La Argentina de Menem tal vez constituya el paradigma de ese desbarrancamiento, de esa reducción de la política a ejercicio gansteril en nombre de las leyes del mercado, de la entrada al mundo global y de la propia democracia. Queda por pensar, también, el maridaje que se dio entre la perspectiva liberal-conservadora y cierto populismo que seguía utilizando una retórica y unos símbolos que, si bien pertenecían a otro momento histórico, no entraban en conflicto con el giro antiestatista y aperturista que dominó el discurso y la práctica durante los años noventa. Las críticas que hoy dominan los medios de comunicación provienen por lo general de aquellos mismos que no dudaron en aliarse con lo más rancio de ese mismo populismo que hoy denuestan.
Dentro de la tendencia, cada vez más dominante, a globalizar la mirada de la sociedad contemporánea, es decir, a despejar las diferencias y las diversidades en nombre de una universalidad abstracta y neutralizadora, lo que emergió con fuerza en nuestro continente es, por un lado, la aterrorizada perspectiva que hoy atraviesa el discurso de las clases dominantes ante el regreso, travestido, de un populismo que amenaza con desviar a Latinoamérica de su cabal entrada en el concierto de las naciones de un mundo que sólo progresa allí donde abandona raudamente cualquier referencia a antiguallas ideológicas que lo vinculan, todavía y desgraciadamente siempre siguiendo esta mirada cargada de prejuicios y reduccionista, con estatismos, nacionalismos, igualitarismos completamente fuera de moda y de época. Lo que antes, en otra etapa de la historia, llevaba el nombre fantasmal del comunismo subversivo se ha convertido, ahora, en otra forma espectral llamada “populismo”. Salvando la tan alabada seriedad con la que la convergencia chilena ha llevado adelante la transición pospinochetista sin variar en lo sustancial su política económica (eje de los permanentes elogios de la prensa internacional y de las corrientes liberales latinoamericanas que suelen utilizar a los serios y ordenados socialistas chilenos como ejemplo a seguir allí donde lo que amenaza es el estatismo populista y las nacionalizaciones retrógradas anunciadas por los nuevos exponentes de una antigua peste que infectó en otros momentos a muchos de nuestros países), o el reconocimiento de la mesura que mostró Lula al abandonar su inicial programa de gobierno para optar por un acomodamiento al establishment, unido al giro cuasi conservador de Tabaré Vázquez, el resto de los procesos desplegados en los últimos años caen, permanentemente, bajo la recurrente crítica de abandonar las genuinas políticas de apertura al mercado mundial y de desviarse de los fundamentos republicanos apelando a caudillismos añejos que nos retrotraerían a lo peor del pasado continental.
Extraño giro ideológico en el que se expresa, sin embargo, la permanencia de un prejuicio y la simplificación brutal de la historia que suele aparecer en los discursos de la derecha contemporánea acompañada, en la actual coyuntura, por cierto progresismo inclinado cada vez más hacia una retórica legalista vaciada de todo contenido social y político[1]. Será más que interesante volver sobre el debate o su carencia en torno al populismo, ya que creo que allí se manifiesta un eje clave para intentar comprender lo que está sucediendo en Latinoamérica en el contexto de una discusión más amplia sobre las consecuencias de la globalización y las distintas estrategias no sólo para combatir la pobreza sino para aprehender críticamente las nuevas condiciones que se vienen desarrollando y que involucran, a su vez, la ardua cuestión de las identidades culturales, políticas y sociales, tanto en sus continuidades como en sus rupturas e hibridizaciones. De la misma manera, que es también importante incorporar al debate las nuevas perspectivas que giran alrededor de la cuestión crucial del giro biopolítico de la modernidad anunciado primero por Michel Foucault y ahora recuperado en un sentido más amplio y complejo por pensadores como Giorgio Agamben y Roberto Espósito. Seguramente que a la luz de algunas de estas reflexiones se podrán interpelar mejor las significaciones actuales de la exclusión, de la pobreza, de la marginalidad y de la injusticia, como así también situar el debate en torno de lo político en otra encrucijada que sea capaz, a un mismo tiempo, de hacer dialogar entre sí a problemas centrales de nuestras sociedades como lo son la violencia, el conflicto, la heterogeneidad, la fragmentación social, las demandas identitarias, etc.



[1] En la Argentina ese proceso de captura del discurso progresista por parte de la continuidad neoliberal se dio bajo el gobierno de la Alianza que, supuestamente, venía para desmontar los horrores causados por el menemismo. Su discurso giró con exclusividad alrededor de la retórica republicanista, haciendo hincapié en la lucha contra la corrupción mientras dejaba intocada la política económica implementada por Cavallo durante la década del noventa. Mientras se afirmaba una supuesta refundación “ética” de las instituciones se aceptaba acríticamente la inexorabilidad de la economía de mercado y los costos sociales que se debían pagar, asociando todo eso con una profunda y decisiva despolitización de la propia tradición progresista que creyó que era posible refundar la política desde un set de televisión y plegándose a la lógica de la sociedad del espectáculo. Creyendo que la historia ya estaba saldada y clausurada y que los nuevos aires de época venían a demostrar lo inmodificable de una realidad impiadosa, los progresistas fueron asumiendo casi sin darse cuenta los usos y las costumbres del neoliberalismo. Una perturbadora transformación cultural que acompañó los cambios estructurales de la economía y de la sociedad fue naturalizando los valores de una ideología que parecía dominar la totalidad de la escena histórica. Una de sus primeras víctimas fue el progresismo que, travestismos de por medio, terminó asociándose, como había sucedido con gran parte de la socialdemocracia europea, a las corrientes conservadoras. En la actualidad latinoamericana es común ver cómo muchos de los antiguos progresistas de los noventa se han convertido en furiosos adversarios de los procesos populares que se han abierto en varios de los países del continente.

lunes, 25 de julio de 2011

Otra vez con la crispación

Página 12
25 de julio de 2011

Por Eduardo Aliverti

¿A qué tanto problema con el grado de irritación política que estaría viviéndose?

La ciudad facha. Los presuntos exabruptos de funcionarios, dirigentes y algún famoso. El escándalo por las (auto) críticas en una asamblea de Carta Abierta. Casi otro tanto frente al paso discursivo de la Presidenta por las cercanías de Rosario. Los hijos adoptivos de Ernestina. Las provocaciones. Los cruces en el acto de la AMIA. El debate sobre la pobreza del proselitismo kirchnerista porteño. Puede seguir, y hasta dejando de lado las patéticas bravatas de Biolcati y los ya graciosos anatemas de Carrió. Es una lista intensa, atractiva. Pero hay que medirle mejor los alcances porque, de lo contrario, puede dar idea de haberse ingresado en un campo minado, inédito y de consecuencias imprevisibles. En primer lugar, es una temperatura tan declarativa como típica de las etapas electorales: una obviedad que parecería no serlo, a estar por la sorpresa y críticas manifestadas. Lo caldeado del clima se da mucho más en los medios y en el juego de los protagonistas que a través del interés popular. Expresado con una ampulosidad que parece válida para hallar puntos de equilibrio, ¿anda medio mundo sin poder dormir por lo que escribió Fito Páez? ¿Las masas se precipitan angustiadas sobre YouTube para determinar la verdad de lo ocurrido en la Biblioteca Nacional? ¿Las alternativas del caso Noble Herrera representan un giro completo de la percepción social y el paisaje electoral? ¿Las denuncias de estratagemas apestosas son acaso insólitas, siendo que se está en campaña? Quizá sólo habría realmente una novedad respecto de esto último, si avanza la confirmación de cómo se las gastó el macrismo, desde una “encuesta” telefónica, para escaldar a Daniel Filmus. Primero, porque no se recuerda algo igual de repugnante que de falaz. Y después, porque cuesta creer que el amigo Durán Barba haya sido tan torpe. ¿O es al revés? ¿O es que la sensación de impunidad absoluta del gobierno porteño, entre otras cosas gracias a su malla de protección mediática, llegó al punto de permitirse descuidar lo burdo y judiciable de semejante maniobra? ¿O es que, aun así, confiaron en que a “la gente” le importaría tres pitos la denuncia, porque esa gente que los vota no tiene en cuenta aspectos morales?

Por lo demás y así como no es cuestión de negar lo impactante de ciertos disparadores, tampoco debe rechazarse su consideración. Nadie dice que los temas mencionados carezcan de interés. Sí, que debería enfocárselos de otra manera. Atendamos lo contradictorio de algunos análisis. Carta Abierta se prestó a un duro debate o marcaje internos, que quedan al margen del “recorte” hecho por la prensa ultraopositora. En efecto, lo dicho fue segmentado. Pero que se dijo lo que se dijo es irrebatible. Se punteó buena parte de lo que todo el arco político y politizado, empezando por el propio kirchnerismo, ya decía en plena campaña de la primera vuelta: que faltó garra, que falló la militancia o los objetivos en que debía concentrarse, que no hubo conducción unificada, que los medios y programas afines se pasaron de excitabilidad pro K. ¿Cuál es el drama? Visto desde los valiosos bríos intelectuales que se aglutinan en Carta Abierta, y aunque pueda discutirse si era el mejor momento para dejar los trapos al sol, ¿qué sentido tiene repudiar el tratamiento dado a la reunión por el adversario mediático, en vez de reivindicar que son un lugar que no renuncia al pensamiento crítico y que justamente es eso lo que los diferencia del discurso único de la vorágine contrera? Y visto desde ésta, ¿no era que el kirchnerismo es incapaz de señalarse errores, de enmendar tácticas y estrategias, de no someterse a dictados verticales? ¿Cuando lo hace solamente es el reflejo de que está en medio de un problema serio, y no de la capacidad de revisarse?

La Presidenta pasó por Santa Fe y apuntó a que la provincia, con su impresionante potencial productivo, crece menos que el resto. ¿Es correcto o no? ¿La única respuesta que se merece es decir que eso “no les hace bien a los santafesinos” o dejar que las cifras sigan de largo para ensimismarse con el significado de otra de las fantasmales apariciones del Menem blanco? Una víctima del atentado en la AMIA, desde el micrófono de la jornada aniversario, les pone nombre y apellido a quienes sindica como cómplices o co-responsables de la ausencia de justicia. ¿No es ésa la lógica requerida para intentar que “impunidad” no sea un concepto vacío? ¿La afectación a la memoria de muertos y vivos transita por si Sergio Burstein opera para el Gobierno, en reemplazo de refutar sus acusaciones? Notable: quienes retrucan espantados la alocución del familiar, adjudicándole tinte político, ensalzan la reacción indignada del rabino Bergman y reproducen el método que impugnan. Si el que objeta es acusable de favoritismo oficial, es un asqueroso que se extravió en una manifestación llamada al recogimiento. Pero si quien protesta es un diputado macrista electo que no se preocupó por desmentir su convocatoria a “enterrar” la causa AMIA; que participa de una fuerza con un detenido por encubrir el atentado, no es una acción política. No, es simplemente un asceta encrespado. Por favor, tengan algún gramo de seriedad. El mismo que debiera valer para no animarse a exigir que las Abuelas pidan perdón. ¿Once años embarrando la cancha y ahora deben disculparse los demandantes del procedimiento obvio, esquivado hasta concluir en un sospechoso cambio de timón de la noche a la mañana?

Lo antedicho testifica que son susceptibles de buena polémica los desafíos de la agenda mediática. Y al fin y al cabo, es de lo que debe preciarse un régimen democrático. Calentura, apasionamiento, desbordes, bajezas; incluso operaciones de prensa, para que después rezume. Veámoslo por la contraria. ¿Por cuál alternativa a eso construyen simbolismo los militantes de la anticrispación? Por la de callarse. Y no levantar olas que hieran su comodidad de clase, pecuniaria o mental. Y que no haya siquiera una décima de embate contra los poderes corporativos. Militan por la figuración de propender a una porfía que en verdad los jode. Con Menem estaban mejor. Con los milicos estaban mejor. Esta cosa desprolija pero provocativa que nació en 2003, o tal vez antes pero desarrollada desde entonces, los incomoda severamente. No la entienden, no la esperaban, no se la bancan. Y, lo peor, no aciertan a encontrarle la vuelta ni tienen la dirigencia política que lo haga. Un grupo comunicacional por aquí, una aristocracia agropecuaria por allá, unos espasmos tilingos más allá, una burguesía berreta más acá, casi siempre tuvieron a los gerentes indicados para hacer el laburo sucio de que la impotencia argentina se endilgara a “los políticos”. Hoy no. Están en dificultades. Y entonces saltan esos mandobles nada más que mediáticos, incapaces –por ahora, quede claro– de trasuntar en algo que los represente como otrora.

Bienvenida la crispación, mientras sea como producto de que por fin hay materias importantes en disputa y no como maquillaje.

jueves, 21 de julio de 2011

Confeccionadas por y para el gobierno

Página 12
21 de julio de 2011

Por Raúl Dellatorre

La referencia de la presidenta de la Nación a que Santa Fe “ha crecido por debajo de la media nacional” en los últimos ocho años, en su discurso del martes en Puerto San Martín, se basa en la comparación entre los datos del Producto Bruto Geográfico para la provincia de Santa Fe, que elabora el Instituto Provincial de Estadísticas y Censos (IPEC), y la estimación del Producto Interno Bruto a nivel nacional que confecciona el Indec.

La comparación de ambas series, con la variación del valor del producto a precios constantes (es decir, sin la incidencia del aumento de precios en ninguno de los dos casos), arroja que, entre 2003 y 2009, el crecimiento anual en todos los casos fue mayor a nivel nacional que el medido a nivel provincial. Para el año 2010, no es posible la comparación, pese a que a nivel nacional el Indec estimó un crecimiento anual del 9,2 por ciento, porque aún el IPEC no dio a conocer la estimación provincial para ese período.

Año por año, el crecimiento con respecto al período anterior siempre arroja que a nivel de país el aumento es mayor que a nivel provincial: en 2003, la Nación creció 8,8 por ciento y Santa Fe, 6,8; en 2004, Nación 9 por ciento y la provincia, 6,7; en 2005, 9,2 y 6,7, respectivamente. La diferencia sigue siendo a favor del crecimiento del país respecto del registrado por Santa Fe en los años siguientes: en 2006, 8,5 por ciento en la Nación y 5,8 por ciento en la provincia; en 2007, 8,7 y 8,3 por ciento; en 2008, 6,8 y 3,8. En el año 2009, las estadísticas en ambos niveles geográficos reflejaron el impacto de la crisis mundial, pero mientras a nivel nacional la variación del producto tuvo un levísimo aumento del 0,9 por ciento, Santa Fe registró una caída del 2,7 por ciento.

Esta evolución arroja, según recordó la presidenta Cristina Kirchner el martes último, un crecimiento promedio nacional del 7,6 por ciento en ocho años. El IPEC señaló, en su último informe anual, que la provincia de Santa Fe había tenido un crecimiento promedio de 5,9 por ciento entre 2003 y 2009, es decir los siete años previos al último, sobre el cual no tiene aún los datos.

El IPEC, que elabora las estadísticas del Producto Bruto Geográfico, es un organismo provincial dependiente del gobernador Hermes Binner y del ministro de Gobierno y Reforma del Estado, que encabeza Antonio Bonfatti, actual candidato a gobernador. Ambos nombres figuran en la carátula del informe del cual surgen los datos anteriores, incluido en el portal de la web del gobierno de la provincia.

Un Chivo con el PJ encolumnado detrás

Página 12
21 de julio de 2011

El comunicado de la cúpula del PJ local, que incluye a kirchneristas, reutemistas, obeidistas y bielsistas, fue la respuesta a las declaraciones del ex gobernador Carlos Reutemann. En el escrito se repartieron críticas al Frente Progresista y al PRO.

Por Nicolás Lantos

El justicialismo santafesino ratificó su apoyo a la candidatura a gobernador de Agustín Rossi con vistas a los comicios del domingo y su alineamiento a nivel nacional detrás de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, a través de un comunicado emitido ayer y firmado por el consejo ejecutivo del PJ en esa provincia. El mensaje fue en respuesta a la campaña del candidato del PRO, Miguel Del Sel, que apuntó en su último tramo a procurarse el voto peronista no kirchnerista, y a declaraciones del ex mandatario Carlos Reutemann, que marcó distancia con el kirchnerismo, que fueron utilizadas por el candidato macrista como un guiño a su postulación. Rossi ayer compartió un acto con la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner (ver aparte), y se manifestó confiado de cara al fin de semana: “Tengo muchísima expectativa de hacer una buena elección y que esa buena elección nos permita ganar el domingo”, declaró en una entrevista radial.

“El 24 de julio los peronistas de Santa Fe tenemos el mismo sueño: Agustín Rossi gobernador - Jorge Hoffman vice”, sostiene el comunicado de la cúpula pejotista local, conformada por dirigentes de distinto origen: los hay kirchneristas, reutemistas, obeidistas y bielsistas. El documento, además, brinda apoyo a “las listas de diputados provinciales encabezada por María Eugenia Bielsa, senadores departamentales, intendentes, presidentes comunales, concejales, y para las primarias del 14 de agosto, la presidenta Cristina Fernández y a Omar Perotti como diputado”.

El objetivo del peronismo es evitar que se dispersen los votos obtenidos en las primarias de mayo, en las que el PJ obtuvo casi treinta mil votos más que la coalición socialista-radical que gobernó la provincia los últimos cuatro años. El principal escollo en el horizonte es la candidatura de Del Sel, que muestra una intención de voto creciente según las encuestas y que podría traccionar votos justicialistas no kirchneristas, en particular de quienes en la interna optaron por el gobernador de Rafaela, Omar Perotti, que será primer candidato a diputado nacional en octubre, en la misma boleta que CFK.

“Los candidatos del peronismo son el resultado de una interna desarrollada con propuestas y sin agravios, precedida por el Congreso provincial del 5 de febrero, donde el Partido Justicialista acordó democrática y unánimemente una unidad basada en apoyar a las compañeras y compañeros que resultaran ganadores de las mencionadas elecciones”, salió al cruce el PJ local. En aquella primaria, Rossi obtuvo el 40 por ciento de los votos, superando holgadamente a sus rivales, Perotti y Rafael Bielsa. A partir de entonces, todos los sectores coincidieron en una campaña que tuvo su broche de oro el martes, con la visita de la Presidenta a la provincia.

En la carta, el PJ acusa al Frente Progresista (encabezado por Hermes Binner y que lleva de candidato a su ministro Antonio Bonfatti, favorito en los sondeos) de “instalar la idea de que existen otros candidatos peronistas en la provincia por afuera de los que integran las listas del Partido Justicialista y sus aliados en el Frente Santa Fe para Todos, refiriéndose concretamente a Miguel Torres Del Sel y quienes lo acompañan”, algo que califican como una “burda mentira” electoral. “Ese candidato no integra las filas del peronismo, sino que es candidato a gobernador del PRO, partido enfrentado al justicialismo en el orden nacional y cuyo principal referente es Mauricio Macri”, completa, marcando distancia.

Para diferenciarse, el PJ santafesino aclara su pertenencia a “una fuerza política que nació para establecer una Argentina con crecimiento y distribución equitativa de la riqueza” y que “los candidatos del peronismo tienen el mismo sueño, gobernar para todos los santafesinos, impulsando la producción y el empleo, aumentando la recaudación mediante el crecimiento y no por el aumento de los impuestos, instrumentando medidas para ayudar a que el sector privado agregue valor en origen a nuestra producción primaria”. La ocasión también sirvió para pegarle al Frente Progresista, “que promete ahora lo que no ejecutó en cuatro años mientras se debate en una lucha interna expresada en tres candidaturas presidenciales opuestas como son las de Binner, Alfonsín y Carrió, y muchas más listas de diputados nacionales, lo que presagia una alianza a punto de disolución o todavía más fracturada de lo que ya está”.

En tanto, Rossi volvió a hacer referencia a las palabras de Reutemann (ver aparte). El diputado reiteró que lo que dijo el ex el corredor de Fórmula Uno “ya se sabía, él es peronista, pero no kirchnerista” y descartó que fuera a votar al PRO: “No tengo nada por qué pensar que Reutemann va a apoyar a Miguel Del Sel”, sostuvo en declaraciones radiales. Además, manifestó “muchísima confianza” para el fin de semana. “Vamos a ganar esta elección”, se esperanzó.

La máquina de capturar palabras y la defensa de Buenos Aires

Página 12
21 de julio de 2011

Por Ricardo Forster

Funciona a todo vapor, entre nosotros, una máquina mediática de captura de palabras. Tiene como principal objetivo, al menos para sus constructores y sus manipuladores, apropiarse de todas aquellas expresiones, escrituras y discursos que puedan, convenientemente retocados y ensamblados, aportar al objetivo mayor y excluyente: horadar al kirchnerismo debilitando sus estructuras, su legitimidad y sus apoyos. Con particular virulencia la máquina, que funciona desde siempre pero que fue actualizada con perversa sofisticación desde que Cristina Fernández llegó al gobierno, ha desplazado su punto de ataque hacia el movimiento de derechos humanos sabiendo, como sabe, que ahí está uno de los puntales de un proyecto que se inauguró, contra viento y marea, en mayo de 2003. Primero le tocó el turno a Hebe de Bonafini, ahora y con regocijo indisimulado, todos los engranajes de la máquina se dirigen contra Estela de Carloto y las Abuelas de Plaza de Mayo tratando de dañar irreversiblemente a quienes han sido, desde los oscuros años de la dictadura, el baluarte moral y el principal núcleo resistente de un país atravesado por el pacto siniestro entre militares y corporaciones económicas que llevaron a la noche más espantosa, esa que dejó marcas profundas y heridas que siguen todavía sin cicatrizar allí donde la búsqueda de los nietos apropiados por el terrorismo de Estado continúa habitando soterradamente la vida de los argentinos.

La máquina de captura mediática, astuta y cínica, supo forjarse en el interior de un pacto siniestro que le permitió convertirse en hegemónica, pero también supo, una vez recuperada la democracia, camuflar sus complicidades y las prebendas que recibió de la dictadura. De la noche a la mañana, el engranaje cambió de perspectiva y buscó invisibilizar su responsabilidad acomodando su relato al que emanaba del movimiento de derechos humanos y, en un giro tan espectacular como hipócrita, hablar de lo que antes nunca se habló. La prensa canalla y cómplice, por gracia de una extraña metamorfosis avalada por los propios gobiernos democráticos y por todo el poder económico (ese mismo que fue un aliado fundamental de la dictadura y que pasados los años sería el eje de la política neoliberal), se permitió incorporar a su panteón de estrellas a quienes habían sido las víctimas de una dictadura que, si no hubiera contado con la complicidad de esos medios de comunicación, jamás habría podido desarrollar y sostener su plan de exterminio y apropiación.

Pero más allá de ese lavado de cara que realizaron rápidamente los grupos económico-mediáticos, una vez restaurada la democracia hicieron lo que mejor saben hacer: condicionar y chantajear al poder político afirmando los intereses de los grupos concentrados de la economía y convirtiéndose en punta de lanza estratégica en la liquidación de los últimos restos de un Estado y de una sociedad que supo ser más equitativa. El papel de los grandes medios de comunicación ha sido y sigue siendo decisivo a la hora de comprender el espectacular giro neoliberal (iniciado por el rodrigazo y por el plan de Martínez de Hoz, renacido bajo la economía de guerra y el Plan Austral del alfonsinismo y luego recuperado e intensificado por la convertibilidad menemista); ellos fueron la garantía imprescindible allí donde dieron forma a un nuevo relato y apuntalaron la emergencia de nuevas formas de sentido común. Alarmados por un giro inesperado en la historia argentina, un giro nacido de la extraordinaria voluntad de Néstor Kirchner y profundizado con la llegada al poder de Cristina Fernández, pusieron, una vez más y como lo vienen haciendo desde lejos, la máquina a funcionar a pleno para desgastar y condicionar a quienes comenzaron a quebrar la hegemonía neoliberal. Para comprender el duro enfrentamiento entre la corporación mediática (representada centralmente por los grupos Clarín y La Nación) y el kirchnerismo, hay que reconocer que éste es el primer gobierno democrático que, ante el chantaje de las corporaciones, no sólo no se repliega sino que dobla la apuesta y profundiza un proyecto que, haciendo eje, entre otras cosas, en la recuperación de la política como un instrumento esencial de transformación, no renuncia a ejercer su soberanía y a ponerles límites precisos a quienes ejercieron el verdadero poder en nuestro país.

Grandes demiurgos de una época cuyo eje de sustentación logró generar un relato hegemónico sostenido en el giro hacia la economía de mercado, el fin de la historia, la muerte de las ideologías y la producción intensiva de un hiperindividualismo arrasador de las antiguas estructuras de movilidad y de equidad social, la corporación mediática se convirtió, como lo señaló con agudeza Nicolás Casullo, en la punta de lanza de la apropiación neoliberal de la política, en el actor decisivo a la hora de reemplazar las viejas formas de representación y las estructuras partidarias cada día más deshilachadas. Les tocó a los grandes medios de comunicación transformarse en la avanzada cultural-simbólica del neoliberalismo, usina de una opinión pública atrapada en las redes de una heteronomía sutil y brutal a un mismo tiempo capaz de recrear sentido, sensibilidad e imaginarios sociales abrumadoramente articulados desde los intereses desplegados en una época dominada, a nivel planetario, por un capitalismo especulativo financiero que hizo añicos la vida social y política argentina hundiendo profundamente su bisturí en amplios sectores sociales.

En la última semana hemos podido ver de qué modo opera la máquina de capturar palabras y escrituras, historias y proyectos. Ya lo inició, con virulencia, al dirigirse contra Hebe; lo siguió haciendo victimizándose en el caso de la presunta apropiación de los hijos –de origen incierto y dudoso– de Ernestina Herrera de Noble; y lo vuelve a hacer, aunque con otros recursos, al buscar convertir una asamblea de Carta Abierta (compuesta de centenares de hombres y mujeres del campo de la cultura y de la vida intelectual y académica) en la expresión de la “crisis” del kirchnerismo. Toman por asalto palabras y conceptos, los transforman en frases simples y brutales que tienen como objetivo afirmar la idea de un momento de desconcierto y frustración en las filas de quienes han sido defensores de un proyecto político que comenzó a desmontar el andamiaje neoliberal de la vida económica y política argentina, y de quienes nunca dejaron de señalar el papel de la corporación mediática en la creación, a partir del conflicto con las patronales agrarias, de un “clima destituyente” que busca avanzar hacia la “restauración conservadora”, esa misma que tiene su cabeza de playa con el macrismo en Buenos Aires.

En Carta Abierta, a lo largo de más de tres años, no sólo se ha salido en defensa de un gobierno democrático amenazado por las corporaciones económico-mediáticas, sino que también se ejerció la más absoluta libertad de opinión y de crítica. Por eso el carácter libre y complejo de las asambleas y la intensidad de nuestras cartas, palabras y acciones que han nacido de una convicción inclaudicable: la certeza de estar delante de una experiencia política, económica y cultural profunda y decisivamente reparadora de la vida social argentina y, por eso, también, nuestro apoyo y nuestra militancia desinteresada a la fórmula encabezada por Daniel Filmus. Nuestras palabras, incluso aquellas que fueron brutalmente capturadas por la máquina mediática, tienen como principal objetivo impedir que la derecha privatizadora y destructora de una ciudad a la que amamos siga imponiendo su hegemonía sobre Buenos Aires. Y es en ese mismo sentido que, lejos de sentirnos “ofendidos” por el texto de Fito Páez, destacamos su interpelación valiente a las conciencias de una ciudadanía que tiene en su interior las fuerzas para enfrentar a la restauración macrista. Más allá de la captura de opiniones y conceptos, seguimos mostrando que en el interior de este proyecto decisivo para reconstruir la igualdad en la ciudad y en el país hay lugar para decir lo que se piensa pero, a diferencia de los mercaderes de vida e ideas que suelen vender sus mercancías al mejor postor, en Carta Abierta tenemos muy en claro dónde está el adversario. Lo demás seguirán siendo operaciones de quienes continúan aspirando a destituir un proyecto que viene transformando, en una perspectiva más igualitaria, la Argentina desde mayo de 2003.

2 Buenos Aires, lo sabemos, es una ciudad compleja, abigarrada, tumultuosa y diversa en la que nada transcurre de manera lineal ni absoluta y en la que es fundamental estar atentos a los matices, las contradicciones y las opacidades de una megalópolis cargada de historia y atravesada por los más variados estados de ánimo. Es una ciudad bombardeada sin piedad por los dispositivos mediáticos y una caja de resonancia de lo sustancial y de lo insignificante. Centro capitalino de un país que prefiere verse a sí mismo como una cápsula que flota en su propio éter mientras que el resto del país va por otro lado, Buenos Aires ha sido, al mismo tiempo, la ciudad de la Revolución de Mayo y la ciudad de la contrarrevolución, la de los jacobinos encabezados por Moreno, Castelli y Monteagudo y la del pliegue conservador representado por Saavedra. Fue también la de Caseros y Pavón anticipada por los conflictos entre federales y unitarios, la de un puerto convertido, por gracia de una clase dominante y usufructuaria de sus riquezas, en centro hegemónico de la Nación pero también la de las rebeldías anarquistas, la del yrigoyenismo fundando una democracia sin “votos calificados” y la de la Semana Trágica, la de la Plaza de Mayo del 17 de Octubre que descubrió “el subsuelo de la patria sublevada” y la del bombardeo despiadado y criminal de la aviación naval contra civiles indefensos un luctuoso junio del ’55.

Muchas Buenos Aires en una ciudad cargada de memorias y cicatrices, la que cobijó a las Madres de la Plaza y la que vio cómo esa misma plaza se llenaba de una multitud que vitoreaba a Galtieri. Una ciudad que es una parte de esa extraña peripecia que llamamos la argentinidad sabiendo, como lo sabemos, que no existen formas esencialistas que definan la identidad de un pueblo, pero reconociendo ciertas continuidades en el interior de la vida social y cultural que nos permiten interpelar a un extraño y arduo caleidoscopio nacional que nos ha descubierto los pasadizos laberínticos de eso tan inasible como tal vez inexistente que algunos llamaron “el ser argentino”.

Buenos Aires guarda en su interior los cruces y las tensiones de un país siempre en estado de “oportunidad”. Su lugar, muchas veces paradójico y otras trágico, ha sido el de ser el centro de una experimentación, la punta de lanza de proyectos enfrentados que vienen atormentando y esperanzando desde antaño la vida de los argentinos. A diferencia de la cotidianidad de otras geografías nacionales, cotidianidad surcada por climas menos propensos a la dialéctica de lo maníaco y lo depresivo, más introspectivos, menos colgados a las histerias comunicacionales, la ciudad de los personajes de Roberto Arlt y de Capusotto vive, casi siempre, en estado de urgencia, enfrentada a todo tipo de ultimátums y signos catastrofales que transforman cada acontecimiento en algo decisivo aunque no sea más que un producto de la sociedad del espectáculo y del amarillismo mediático. Una ciudad eléctrica que se mira a sí misma como siendo el centro del mundo y que no puede concebir la realidad por fuera de sus lucubraciones e intereses. Pero también, y esto es justo decirlo, una ciudad que se ha vestido con las galas de los ideales, de las utopías, de las rebeldías y de los sueños de un país más justo y que ha pagado, a través de la represión más feroz, el precio terrible de esas ilusiones.

Por algunas de estas apresuradas cosas que escribo, por “el amor y el espanto”, por sus intensidades culturales incomparables, por sus barrios que cobijan las memorias de una ciudad entrañable, Buenos Aires no es lo que una elección quiere decirnos que es. No es, ni puede ser, una mayoría inclinada hacia el macrismo que parece desligarse de su travesía por el tiempo, de sus hazañas urbanas, de su belleza secreta, de sus transversalidades igualitarias, de sus poetas y de sus músicos, de sus personajes literarios, de una caminata mítica por las calles de Saavedra o de encuentros amorosos en el Parque Lezama. Tal vez por algunas de estas cosas, por mi propia memoria porteña, por los espectros danzantes de una ciudad amenazada es que quisiera terminar este artículo con una profesión de fe en el sueño de otra ciudad que se reencuentre con lo mejor de sí misma: hay una ciudad en la ciudad. Una Buenos Aires que no se pinta de amarillo ni renuncia a sus sueños de igualdad.

Hay una ciudad en la ciudad que sabe de los pasadizos que conducen a la memoria, aquella que nos recuerda la infancia, la libertad, las locas aventuras entrecruzadas de esperanzas y de dolores.

Hay una ciudad en la ciudad que guarda la presencia, entre nosotros, de una ciudad que supo ser equitativa y audaz, nostálgica y creadora, rebelde y soñadora. Una ciudad trabajada por millones de manos que la soñaron más justa y equitativa.

Hay una ciudad en la ciudad que está siendo castigada por una derecha que mientras se disfraza con los recursos de evangelismos tecno-publicitarios y se ofrece como la portadora de los ideales de la tolerancia y el amor, no duda en quebrarle el espinazo a esa otra ciudad de la igualdad.

Hay una ciudad en la ciudad que descubre, cada día que pasa, cómo se destruye su memoria urbana y se transforman sus barrios en un gigantesco botín de la especulación inmobiliaria.

Hay una ciudad en la ciudad que nos pide que la defendamos, que protejamos sus historias, sus espacios públicos, su educación, su salud, su cultura, de la depredación mercantil y de la piqueta privatizadora.

Hay una ciudad en la ciudad que siente horror ante la discriminación y el racismo manipulados por quienes la gobiernan; una ciudad en la ciudad que no puede aceptar la violencia contra los más débiles y las retóricas oscuras que apelan a la brutalidad del prejuicio y la xenofobia.

Hay una ciudad en la ciudad que somos todos nosotros: los trabajadores, los artistas, los estudiantes, las amas de casa, los poetas, los profesionales, los que duermen bajo las estrellas olvidados por los diseñadores de políticas de la exclusión, los locos del Borda y del Moyano, los maestros y los médicos, los intelectuales, los músicos, los cineastas, los almaceneros y los albañiles. Esa ciudad, nuestra querida y entrañable ciudad autónoma de Buenos Aires, la que le cantó Gardel, la que despidió a Mercedes Sosa y supo decirles su conmovido adiós a algunos hombres y mujeres irreemplazables de la vida nacional, la que recorrieron con su literatura Borges y Marechal, Sabato y Arlt, Cortázar y Martínez Estrada, la ciudad de todos nuestros desvelos, la de nuestros abuelos y la de nuestros hijos, hoy, ahora, urgente, nos pide que nos unamos para defenderla.