domingo, 28 de noviembre de 2010

Las nuevas voces de América Latina

Por Tomás Forster

El senador nacional por la Ciudad de Buenos Aires acaba de publicar Presidentes, un libro cuyo punto de partida fueron las entrevistas que realizó para la televisión pública a diversos gobernantes de la región. En esta entrevista se refirió a la transposición de sus experiencias a un nuevo formato, a la situación política latinoamericana, a la figura de Néstor Kirchner, a los cambios sustanciales que significó su gestión para la Argentina, y todo su legado.

Dos mujeres. Una diversidad étnica nunca vista: un aymara del altiplano, otros tres que dejaban traslucir el potente mestizaje del que provienen, uno con antepasados africanos y, a su lado, un sonriente rostro con rasgos propios de la distante India. Otro de los presentes había compartido la escasez de cada día con 23 hermanos y, después, salió adelante como obrero metalúrgico. El indiano boliviano había sido pastor de llamas y, luego, cocalero. ¿Economistas recibidos en una “prestigiosa” universidad estadounidense? Ninguno, pero sí uno graduado en la ex Unión Soviética y otro becado por sus méritos académicos. Un obispo y un atípico militar caribeño apoyado ampliamente por las mayorías oprimidas y que había sobrellevado un intento de golpe de Estado, le incorporaban aún más novedad y renacientes bríos a la reunión constitutiva de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur).
Estas fisonomías, oficios, identidades y orígenes contrastaban con el predominio tradicional que ejercieron en esas encumbradas instancias los descendientes de europeos. Para Daniel Filmus, observador participante y cronista directo de aquella jornada triunfal de la unidad latinoamericana, no fue un dato superficial ni una mera casualidad: era el signo vital de que los tiempos habían cambiado y que, como nunca antes, los líderes políticos representaban a sus pueblos. Los invisibilizados, silenciados y excluidos durante tantas décadas de neoliberalismo voraz, encontraban en muchos de estos dirigentes el despliegue y la ampliación de su propia fuerza y dignidad.
Aquel día de mayo de 2008, en la ciudad de Brasilia, nacía un proyecto que tendría al ex ministro de Educación como principal artífice: una serie de diálogos en profundidad con los mandatarios de la región, que darían forma al programa Presidentes de Latinoamérica, convertido en un suceso en cada transmisión de la Televisión Pública y de Canal Encuentro.
Filmus decidió rememorar aquella experiencia a través de la distancia reflexiva que posibilita la escritura, y narró en Presidentes, voces de América Latina, editado por Aguilar, sus encuentros con once gobernantes dispuestos a recorrer su vida.
Antes de presentar el libro en la Biblioteca Nacional −mañana a las 18:30, con entrada libre y gratuita–, Filmus dialogó con Tiempo Argentino.

−¿Por qué un libro sobre la experiencia del programa?
−Para los lectores, es la posibilidad de acceder a un testimonio de primera mano de una región que hoy es distinta. El libro es una de las formas de perpetuación de la cultura, en contraste con la imagen que es siempre efímera. Quisimos contar la realidad de la región a partir del punto de vista y la vida de los presidentes, siempre en relación con el contexto en el cual crecieron y se desarrollaron política e ideológicamente. El libro, además, cuenta con muchas partes que no entraron en los programas. También es un testimonio de algunos líderes que ya no ocupan las presidencias. Porque si uno va a los procesos electorales, exceptuando el caso chileno, no continuaron las mismas figuras políticas. Más allá de la continuidad en los procesos, no es lo mismo Dilma Rousseff que Lula, Mujica que Tabaré o Santos que Uribe. Son personalidades muy importantes, incluso en el caso de Uribe, con historias de vida que valía la pena indagar.
−¿Qué le incorpora el formato escrito a las entrevistas?
−Cada uno de los formatos tiene ventajas y desventajas. Vivimos momentos especiales con todos los presidentes y la imagen captaba esa emoción. Pero el libro tiene la virtud de lo que incorpora y deja entrever el relato.
−¿Qué significó la experiencia a nivel personal?
−Fue fascinante estar con personalidades que marcan el ritmo de los tiempos actuales. Desde mi formación como sociólogo, traté de vincular la vida de los presidentes con la historia social, económica y política del país en cuestión. Por ejemplo, en la entrevista a Lula ves la industrialización del país, el éxodo del norte hacia la periferia paulista, el surgimiento de los sindicatos, la dictadura, y el juego de la imagen del joven y el viejo Lula con las continuidades y diferencias. No se puede ver la vida de Evo al margen de los que sufrieron 500 años de opresión y más en un país donde, poco antes, había un presidente como Gonzalo Sánchez de Lozada que hablaba más inglés que castellano.
−¿Cuáles son los puntos en común entre los presidentes de América Latina?
−El predominio de la política respecto de la economía. Es la voluntad política la que transforma las cosas y no es “la economía, estúpido”, como hubiera dicho Clinton en los ’90. El rol del Estado, incluso, en el caso de Uribe y de Arias en Costa Rica, que hace un referendum para que Costa Rica ingrese al ALCA, pero mantiene las políticas de Estado Benefactor propias de ese país. Y el caso de Uribe, que a pesar de su visión de la economía y de las diferencias obvias, no se puede decir que el suyo sea un Estado ausente. La necesidad de un modelo en el que la política central sea el trabajo como un mecanismo central de distribución de la riqueza también es un elemento en común. Y, fundamentalmente, el tema de la integración latinoamericana. La UNASUR tuvo un rol importantísimo en todos los conflictos internos y externos. Cuando pasó lo de Bolivia, hace dos meses lo de Ecuador, en su momento lo de Honduras, el conflicto primero entre Colombia y Ecuador, y luego entre Colombia y Venezuela, la Unasur jugó de una manera sustancial, con Néstor Kirchner, como principal articulador. Eso revalorizó la idea de que los problemas de los latinoamericanos lo podemos solucionar nosotros.
−¿Cuál fue el punto de inflexión que apuntaló el cambio de paradigma?
−No creo que haya un episodio específico. Chávez dice que la llegada de Kirchner a la presidencia fue decisiva, porque Venezuela era un país aislado en el continente y el acompañamiento de un país tan importante como la Argentina fue fundamental. Pero también Lula jugó y juega un rol notorio. O cómo no señalar el hito histórico que significa que, después de 500 años, un representante de los pueblos originarios como Evo Morales llegue a lo más alto del poder político.
−¿Cuáles son las asignaturas pendientes que comparten los gobiernos populares e inclusivos?
−Si bien todos los países mejoraron respecto de la distribución de la riqueza, Latinoamérica sigue siendo el continente más desigual. Diez de los 15 países más desiguales del mundo pertenecen a esta región. Para salir de la crisis de los ’90, se buscó mejorar la situación de la pobreza extrema y de los sectores desempleados, pero eso no implica que necesariamente disminuya la desigualdad, porque pueden estar subiendo los de abajo pero a, la vez, pueden estar subiendo en proporción mucho más los de arriba. La preocupación común de los gobernantes está no sólo en atender el problema inmediato de la marginalidad, sino en empezar a pensar en cambios estructurales que ataquen los cimientos de la desigualdad.
−¿Qué hacer frente a esta oportunidad histórica para la región?
−Este momento puede quedar como un paréntesis en la Historia, como un capítulo más de crecimiento, como los que hubo en la posguerra, o como el de la verdadera transformación estructural. Ahora, después de varias décadas de modelos neoliberales, hace falta mucho tiempo para consolidar los cambios. Por eso hablamos de la necesidad de profundizar este proyecto, para que siga luego de 2011, no por capricho, sino porque no se cambia de un día para el otro de un país agroexportador a un país industrial, con mercado interno poderoso y una distribución del ingreso mucho más equitativa. No haber firmado el ALCA es lo que permiten que nuestras naciones no sean México, que quedó totalmente atado a la crisis financiera internacional.
−¿Cómo lo afectó el fallecimiento de Kirchner y qué impresión le dio la multitudinaria movilización popular?
−Todos los que formamos parte de esta fuerza política tuvimos un dolor, y tristeza muy honda pero, al mismo tiempo, el pueblo no nos dejó paralizarnos. El pueblo le ganó a la opinión pública, dijo su verdad, lo que sentía, pero también reafirmó su mandato. No salió sólo a despedirlo a Néstor Kirchner, sino que también a defender su legado y a abogar por que se siga en este camino. Los medios concentrados no pudieron instalar el vacío de poder que pretendían, y la idea de que ya no había kirchnerismo porque no estaba Néstor. Si bien una ausencia como la de él se siente inevitablemente, hay que decir que por el liderazgo de Cristina, por su voluntad y capacidad de gestión, están aseguradas las políticas de gobierno en la línea en la que se venía trabajando. El acuerdo con el Club de París sin la mediación del FMI, por ejemplo, va en esa clara sintonía. O la Ley de Medicina Prepaga y la Ley de Salud Mental, que son dos leyes que están en la impronta de la ampliación de de lo posible que este gobierno instaló desde 2003.
−¿Cuál es el balance de este primer mes sin el ex presidente?
−La muerte de Néstor generó una unidad inquebrantable en torno a Cristina. También es importante que el protagonismo de la militancia y la juventud, como hecho absolutamente reconocido, sea un desafío a la hora de trasformar todo eso en organización en pos del cambio. Es la oposición la que no sólo se fragmentó, como les viene ocurriendo al peronismo federal y al radicalismo, sino que sufrió duras derrotas en el caso del Senado, y la imposibilidad de dar un debate concreto en Diputados, a partir de la actitud vergonzosa que tuvieron con el tema del presupuesto. Todo su esfuerzo giró en torno a obstaculizar al gobierno. Lo que hizo la diputada Camaño es un síntoma que demuestra la desesperación por no poder hacer mella en el avance de los proyectos oficiales. La estrategia sigue siendo buscar hechos efectistas que separen al gobierno de la gente.
−¿Cristina redoblará esfuerzos al encargarse de los temas que solía tratar su compañero?
−Lo que alinea y ordena es una buena gestión. Si el gobierno sigue con este crecimiento basado en la mayor distribución de la riqueza y avanza ampliando los distintos derechos sociales, no hace falta el tejido fino de la política como un actor dinámico, porque naturalmente se da el alineamiento. Nadie, ni por asomo, piensa en alejarse del kirchnerismo.
−¿Se ve como candidato a jefe de gobierno nuevamente?
−Estamos construyendo un frente amplio y diverso, con el objetivo principal de impedir que Macri siga destruyendo a Buenos Aires, y con la idea de hacer un cambio profundo en la ciudad. Estamos en condiciones de ser el mejor gobierno de la historia de los porteños y de las porteñas. Me gustaría conducir ese proceso. Tengo muchos años de gestión, así que tengo también las condiciones para hacerlo, pero jamás supeditaría la posibilidad de transformación de nuestra ciudad a una candidatura personal.
−¿Cuánto lo afligió a Kirchner el asesinato de Mariano Ferreyra, y cuál sería la solución de raíz?
−Muchísimo. En este momento recuerdo una anécdota de uno de mis primeros encuentros como ministro de Educación, pocos días después de su asunción. En ese momento, la ciudad estaba colapsada por cortes y movilizaciones. Llego a la oficina de Néstor y él estaba mirando pensativo por la ventana, realmente concentrado. Después de diez minutos, se da media vuelta y me dice: “Danielito, no voy a reprimir. Esto se va a ordenar con trabajo.”
Fuente: Tiempo Argentino

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