martes, 30 de noviembre de 2010

Una silenciosa puja entre la vulnerabilidad del sistema de seguridad militar y la transparencia

Por Alberto López Girondo
Periodista.

Esta nueva filtración de documentos secretos de los Estados Unidos habla de la vulnerabilidad de los sistemas de seguridad para la transmisión de datos con que cuenta la principal potencia militar del planeta, y a la vez de la solapada guerra que dentro de la burocracia mantienen los sectores más identificados con el rol de gendarme mundial y los que pretenden imponer su idea de la civilización con el recurso de la ética y la transparencia.
La red Internet, nacida del sistema militar Arpanet a finales de los años sesenta, derivó en una amplia malla global (la Web) en la que millones de personas envían y reciben todo tipo de información. El resguardo militar mudó a métodos de encriptación cada vez más sofisticados, que en muchos casos son similares a los que se utilizan para proteger las transacciones comerciales o las transferencias bancarias.
De hecho, los Estados Unidos cuentan con una agencia, la NSA (Nacional Security Agency), que emplea a por lo menos 30 mil personas –muchos de ellos expertos en matemáticas– y se encarga de interceptar y decodificar señales que circulan en las redes digitales.
Pero como dicen los especialistas en criptología –esa atractiva ciencia del ocultamiento–, todo lo que un ser humano pueda esconder bajo un sistema lógico puede ser desocultado por otro ser humano. O sea: no hay mensaje absolutamente seguro.
Por eso en los ’90, cuando Internet se reveló como poco confiable para el envío de data sensible de la Casa Blanca o el Pentágono, fue creada la Secret Internet Protocol Router Networks (Siprnet), una red secreta para transmitir documentos referentes a las relaciones exteriores y la defensa. Es, dicen los conocedores, supersegura para repeler ataques de enemigos externos. Pero está obligada a ser accesible para los miembros de la comunidad burocrática de los Estados Unidos.
Las autoridades estadounidenses ahora amenazan con investigar hasta las últimas consecuencias el origen de las filtraciones. Desde que WikiLeaks comenzó a desplegar esta catarata de archivos sobre la intervención de la potencia imperial en el resto del mundo, sólo hay un detenido: un especialista de 22 años, Bradley Manning, acusado de haber filtrado miles de despachos sobre la Guerra en Irak en abril pasado.
Por el volumen de la información que fue apareciendo desde entonces, sería imposible que hubiera una sola fuente puntual, como alguna vez fue Daniel Ellsberg con los papeles secretos sobre la Guerra de Vietnam, en 1970.
Ya no hay Guerra Fría ni amenaza comunista. Y salvo que se piense en un ataque de alguna organización terrorista, o que la oposición a Obama no repara en gastos para desprestigiarlo, queda enfrentarse con una realidad que los halcones de la política exterior estadounidense no querrán aceptar. Que en los rincones de la burocracia de los Estados Unidos hay una multitud de seres anónimos que, por distintas razones, consideran oportuno mostrar a qué nivel de impunidad y delirio llegan sus dirigentes, y cuando se topan con alguna prueba que logró atravesar el cerco de la prensa hegemónica la cuelan a los canales de difusión.
Fuente: Tiempo Argentino

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