lunes, 27 de junio de 2011

LA ETERNIDAD DEL RENCOR

Por Orlando Barone
Revista Debate

De aquí a la eternidad se llama una vieja película de Hollywood. El eternauta es el inolvidable personaje creado por Oesterheld. “Sean eternos los laureles” remite a nuestro Himno. Y “En la línea de largada hacia la eternidad” es el título con que el mortal y episódico Carlos Pagni titula su nota en La Nación, para comentar la decisión de la Presidenta de volver a aspirar a ser reelegida. Apelar a la palabra “eternidad” para calificar la simple y legítima condición de repetir un mandato que la Constitución aprueba, es una desmesura; un dislate intelectual. O pedestre. O un impulso irresistible causado por la adicción a sentir asco y miedo a la vez por un proyecto nacional y popular. Aclaro -aunque no hace falta- que no hago referencia a la nota de Pagni por sus merecimientos, que no los tiene; sino por su solapada carga de rencor, resignación y melancolía. Sendos estados de ánimo que no por separado sino juntos, atraviesan las entrañas de la oposición política. Basta semblantear las caras y declaraciones de tantos, apenas develado el enigma de que Cristina iría nomás a ganar las elecciones de octubre con o sin Schoklender, con o sin el aislamiento del mundo, con o sin el retorcido folletín del ADN. Elisa Carrió -perdonen la obviedad- es el desbocado modelo paradigmático de la oposición mediática y política, en ese orden. Y también de oposición de género y au n de condición humana: porque ella acumula el paroxismo del estado de ánimo de la envidia ante la envidiada invencible.
Por eso, sin temor a ser castigada por el dios al que ella se entrega, dice que la Presidenta la engañó con su llanto y pensó que no iba a presentarse. Me permito una digresión: la vergüenza se siente más que sobre uno mismo, cuando los otros nos hacen sentirla. Si diciendo algo que avergüenza, quien lo escucha no se avergüenza, es que la vergüenza es compartida y, entonces, no le concierne ni al uno ni al otro. Se establece un vínculo cínico e hipócrita. Este tipo de cretinismo es el éxito de Carrió: conseguir desvergonzados escuchantes que le sirven para no tener que avergonzarse. La periodista Laura Serra transcribe en La Nación un inmejorable ejemplo. Y cuenta acerca de ese arrebato de sobremesa, que Carrió hizo ante dirigentes y empresarios que la escuchaban “hechizados”, según el relato de la crónica. No dice avergonzados sino hechizados. Es decir: embrujados, embelesados, idiotizados. Esto les decía la Carrió: “Yo le tenía pena a Cristina cuando se murió su marido”, “(…) ¿Quién no se compadece de una viuda toda vestida de negro que siempre se quiebra? Pero, ¿saben cuándo dejé de sentir pena por ella? Cuando le vi la cara en Roma, hace unos días, por televisión... Ella estaba de gira por Italia y, fíjense qué curioso, ahí no estaba triste: al contrario. Entonces, supe que Cristina sólo llora en el conurbano bonaerense. ¡No se quebró en Roma; tampoco en Venecia, donde está la Basílica de San Pedro, pero sí llora en Berazategui!”.
La militancia periodística opositora es la avanzada en los medios. Es su cabeza de playa. Cuenta con periodistas entrenados a propósito y ya convencidos de atacar hacia donde son instigados e inspirados por sus patrones. Aunque presumen que el rencor les sale por naturaleza. Ése es el más extraordinario de los procesos de convencimiento patronales. El espíritu de cuerpo. Y de mente. De ahí esa idea de “eternidad” que se plantea Pagni en su catarsis del día miércoles. Idea que debe estar sacudiendo a ese periodismo, ya antiguo, irreparable e irreciclable, que durante meses se la pasó diagnosticando los supuestos y probables males que psíquica y clínicamente iban a hacer declinar de la continuidad política a Cristina Fernández.
¿Y qué males acechan a los falsos y errados diagnosticadores, a los charlatanes de la salud a distancia? Guardo una secreta y maliciosa esperanza: la de que así como allá, en Europa, hay muchedumbres de “indignados” de la política, empiece a haber aquí muchedumbres de indignados mediáticos. Receptores damnificados por la manipulación y el embuste. Deshechizados de los medios que roen a los destinatarios. Y que se la pasaron y pasan propagando iniquidades, como el guanaco escupe o como la babosa deja su estela pegajosa. Padecen del síndrome del título agraviante. Si no sospechan, si no denuncian, si no apostrofan ni demonizan no sabrían cómo construir una información o un mensaje de índole política. Es esa su visión de la Argentina y de la vida. El frasquito que los contiene ya ni siquiera es la Caja de Pandora, que al menos una vez abierta conserva la esperanza. Por favor, lean conmigo la conclusión de Pagni en la nota sobre lo eterno: “En su diario íntimo, Salvador Dalí afirmó: ‘Carezco de ideas políticas, pero si tuviera alguna, sería monárquico. Porque la monarquía resuelve el único problema que presenta la política: la sucesión’. Las repúblicas caudillescas resuelven la misma encrucijada con otra receta: la reelección indefinida”. No sé a qué viene Dalí como referente de análisis político. Tal vez fue lo primero que el periodista encontró en el buscador cuando puso “citas de famosos sobre monarquía”. Pero como Pagni, hay otros que pretenden descalificar a la Argentina entre las “repúblicas caudillescas”. Hay en ese tipo de conclusión un complejo de inferioridad patria, un colonialismo histórico y un reprimido deseo de no ser de aquí, que para no serlo, hasta serían capaces de excluirse del censo.
Hace unas semanas, en el final de su discurso del 25 de Mayo, la Presidenta dijo: “¡Argentinos, tenemos patria!”. Ese “tenemos” es popular e inclusivo. Sugiere haberla recobrado. Proclama lo singular de la patria. Nos convoca a todos a ser sus poseedores. Pero otros, aquellos que tuvieron la propiedad de porciones de patria, se sienten hoy desposeídos por tener que repartirla y compartirla. Cíclicamente, habían sido capaces de apropiarse de símbolos como la bandera, el Himno y el poncho. Como el credo. Como las tierras y como las instituciones. Y como, nada menos, que apropiarse del trabajo; ya que determinaban un sistema de cancelación y de ayuno del empleo como receta dietética para mantener la silueta del mercado.
No soy vidente, tampoco optimista presuroso. Considero por igual las encuestas hechas por consultoras poligárquicas o por las unidades básicas y La Cámpora.
Sé que cuatro años a partir del nuevo mandato es, en términos de la historia del mundo y del hombre, el suspiro de una luciérnaga. Pero, para quienes no quieren compartir la patria, cuatro años son la eternidad, y más larga todavía.
Los comprendo.

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