miércoles, 15 de diciembre de 2010

Los que vienen atrás

Por Roberto Caballero
Director de Tiempo Argentino
15 de diciembre de 2010


Muchos lectores del diario, que no son xenófobos ni amantes de la mano dura, casi en puntas de pie entran a nuestro correo diciendo que no quieren a Macri, ni a sus políticas represivas y que están convencidos de que todo el episodio del Parque Indoamericano fue orquestado para dañar al gobierno nacional. Sin embargo, algunos de ellos se preguntan si es justo que muchos de sus hijos, o ellos mismos, deban pagar créditos onerosos para conseguir una vivienda digna, sin apoyo del Estado, mientras a otros sí se las darían; y también se mostraban muy preocupados los vecinos de Lugano y Soldati porque sus propias casas, lindantes con el epicentro del conflicto, se depreciarían de instalarse una villa más en la zona. En principio, el diario debe agradecer los mensajes porque son la prueba más clara de que ustedes, nuestros lectores, consideran a Tiempo Argentino, más que un diario, un amigo con el que se puede hablar en confianza. Eso es impagable. Corresponde, entonces, que expliquemos nuestro lineamiento editorial, porque si bien es muy evidente que estamos en contra la xenofobia y el racismo, y abogamos por una salida política y humanitaria a la crisis desatada, jamás nos negaríamos a dialogar con nadie porque piense distinto a nosotros. Tiempo nació para interpelar y ser interpelado. Está vivo por eso mismo. Los diarios del circuito tradicional de medios se recuestan sobre certezas que huelen a muerto. El día que hagamos lo mismo que ellos, por favor, dejen de comprarnos: nos habremos convertido en lo mismo que denunciamos.
Voy a tratar de enumerar algunas de las razones que nos llevan a pensar como pensamos.

1) El gobierno de la ciudad tenía presupuestado $ 38 millones para invertir en 2010 en erradicación de villas: ejecutó el 0%.

2) También tenía presupuestado $ 77 millones destinados a viviendas sociales: ejecutó sólo el 18%.

3) Hay dos muy buenas experiencias de autoconstrucción de viviendas (La Misión Sueños Compartidos, de Madres de Plaza de Mayo, y otra del Movimiento Territorial Liberación (MTL), donde los propios beneficiarios construyen las casas, bajando el costo general), que son ignoradas por Macri y Rodríguez Larreta, porque no comulgan ideológicamente con quienes la llevan adelante.

4) Plantear, como hizo Macri hasta ahora, que la única solución al litigio en Soldati es represiva es un retroceso a la barbarie: los muertos empeoran las cosas, ahora y siempre. Tanto en la Villa 31, de Retiro, como en un asentamiento precario de la calle Honduras y las vías, en Palermo, el macrismo que ahora apela al discurso de mano dura y masculla caprichoso porque puede haber una salida pacífica, entregó últimamente subsidios de $ 5000 y $ 6000 a cada familia para que desistiera de las ocupaciones. ¿Estamos ante un caso más de doble discurso?

5) La tercerización represiva a cargo de barrabravas con terminales políticas en el PRO, confirmada por Tiempo Argentino, Página/12 y Miradas al Sur, más el discurso discriminatorio del propio Macri, aviva la violencia donde todos salimos perdiendo. Ayer, mientras era interpelado en la Legislatura, Rodríguez Larreta dijo: “Discutir el tema de los punteros no nos lleva a ningún lado.” ¿O tiene miedo de que lleve a conocidos suyos? Después fue a la Casa Rosada y recapacitó, o eso pareció. El anuncio conjunto fue un avance. El avance que todos pedíamos.

6) El 95% de los censados en el Parque Indoamericano vive en la ciudad. El déficit habitacional en Capital Federal es monstruoso. Esta es la realidad: no se puede solucionar con balas lo que se resuelve, más fácilmente, con ladrillos. Hacer a toda esa gente sujetos de derecho, que es hacia donde apunta el principio de resolución nacido anoche, permite pensar en un parque recuperado para todos los vecinos y en una inversión social bien orientada, por la intervención del Estado.
Hay muchas preguntas que quedan en el aire. Una, en particular, cuya respuesta habría que buscar en la cultura social antisolidaria que parece haber calado hondo en nuestra sociedad: ¿por qué un porteño tolera que Francisco de Narváez intruse el predio de La Rural pero se vuelva loco si lo hace un pobre desesperado en Soldati? Nadie que no esté curtido “en las amarguras que da la pobreza”, como escribió Celedonio Flores, podría soportar lo que soportó esta gente a la intemperie, con un plástico como techito, a la espera de que le llegue un balazo o una casa. Hoy la democracia, después de 27 años, discute con enjundia si el artículo 14bis que garantiza una vivienda para cada habitante de nuestro suelo es sólo una declaración de buenas intenciones o una ley que los gobernantes de cualquier extracción política deben cumplir y hacer cumplir. Y quizá haya injusticias, de todo tipo. Pero no hay que olvidar que los ocupantes del Indoamericano son gente aferrada al borde. De un lado estamos nosotros, la sociedad que no padece lo que ellos padecen. Del otro, el abismo.
Cierro, si me permiten, con un testimonio de familia. Mis abuelos paternos, Paco (obrero de SIAM) y Chola (ama de casa) tuvieron tres hijos y alquilaban una piecita ínfima en Puente Alsina, a metros del Riachuelo. Cuando ya no daban más, mandaron una carta al Estado, en 1950, como arrojando una botella al mar. En pocas semanas, hubo respuesta y pudieron mudarse a un tres ambientes a estrenar en Villa Celina, donde nos criaron a todos. La casa se terminó de pagar (porque no la regalaban, pese a lo que dice el mito del parqué), en 1978. Todos sus hijos pudieron progresar, sus nietos pudieron estudiar y sus bisnietos gozan de buena salud.
Somos una familia, como muchas, a la que la sociedad de entonces le dio una mano solidaria gigante.
No puedo menos que pedir lo mismo para los que vienen atrás.

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