viernes, 1 de abril de 2011

La sangre nunca seca

Tiempo Argentino
1 de abril de 2011

Por Juan Alonso Editor de Policiales.

Que el hijo del coronel que diseñó el operativo de inteligencia para ocultar el cadáver de Eva Perón en 1956, cuando el país era gobernado por Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Francisco Rojas, ahora –55 años después de aquellos fuegos– sea condenado a prisión perpetua como responsable de cinco asesinatos y 29 secuestros y tormentos en el campo de exterminio que regenteaba en la dictadura, no es un asunto casual.
Si bien el repaso de la historia no es lineal, lo cierto es que la sangre nunca seca. El relato de la vida de los hombres lo confirma con hechos concretos.
El coronel Héctor Cabanillas, padre de Eduardo, el genocida, murió en febrero de 1998. El diario La Nación –socio de Clarín en Papel Prensa y oficialista del terror tras el golpe del 24 de marzo de 1976– dio cuenta de su fallecimiento.
Cabanillas fue el jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) que planeó y ejecutó el ultraje del cuerpo de Evita con Juan Perón en el exilio y el peronismo perseguido y prohibido.
Bajo esa bruma de secretos insanos se crió el asesino de Orletti. Tuvo que soportar la noticia de la muerte de su padre bajo un clima espeso. No faltó quién afirmó que su papá se descerrajó un balazo por tanta culpa. Poco antes de irse de este mundo apareció en un documental dando cuenta del peregrinaje del cuerpo de Evita, a quien mandó a enterrar con el nombre falso de María Maggi de Magistris en Milán, bajo cuerda del Vaticano.
En esa empresa macabra estuvo implicado también otro personaje infame: el teniente coronel Carlos Eduardo Moori Koenig, que ultrajó el cadáver y lo mantuvo escondido dentro de un placard del SIE.
Papá Cabanillas obtuvo el desprecio infinito de Perón en 1971. Viajó a Madrid para entregar el cuerpo de Eva por orden de Agustín Lanusse. Pero Perón ni siquiera lo miró y se negó a estrecharle la mano, en un acto de rechazo a tanta infamia.

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