domingo, 20 de marzo de 2011

El Museo de la represión y la muerte

Tiempo Argentino
20 de marzo de 2011

Por Daniel Enzetti

A los visitantes nadie les advierte que allí estuvieron secuestrados el escritor Héctor Oesterheld, el sociólogo Roberto Carri y el cineasta Pablo Szir. Mucho menos que su mandamás fue el coronel Pedro Durán Sáenz, represor procesado en la causa Vesubio I.


El Museo Histórico del Ejército Argentino es un lugar lleno de paz. Ocupa varias hectáreas en el partido de Tres de Febrero, a metros de la Autopista del Oeste, en una gigantesca superficie que combina construcciones de principios del siglo pasado con parques interminables. Todos los días, con señoritas que hacen las veces de guía, recibe a decenas de curiosos que sacan fotos a jeeps destruidos en Croacia, uniformes camuflados, tanques usados en Malvinas, aviones, maquetas y documentación histórica. “El teniente coronel que estuvo con nosotros nos explicó muchas cosas, ¡estuvo buenísimo!”, dicen chicos de 3º grado de una escuela que lo acaba de visitar, en una página de internet seguramente armada por los profesores que los llevaron a la excursión, tan felices como los chicos.
Sin embargo, en el predio no hay una sola mención al pasado tenebroso del lugar. Es más: una de las salas de exposición se llama “Libertad”. Ironía macabra, si se tiene en cuenta que allí funcionó durante la dictadura militar el Centro Clandestino de Detención del Grupo de Artillería Número 1 de Ciudadela –del que dependían otros centros como El Vesubio y la comisaría de Villa Insuperable conocida como “el Sheraton”–, donde entre otros estuvieron secuestrados el escritor Héctor Oesterheld, el cineasta Pablo Szir, el sociólogo Roberto Carri, militantes de la agrupación Vanguardia Comunista, y varios detenidos que declaran en estos días en una mega causa abierta en los Tribunales.
Las señoritas que guían tampoco cuentan que para mantener la “buena imagen” del regimiento, los golpistas del ’76 utilizaban el GA1 como “sitio de blanqueo”, encerrando por un tiempo a muchos que después serían derivados a la justicia ordinaria y finalmente liberados. Ni que el dueño de la vida o la muerte de los encapuchados era allí el coronel Antonio Fichera. Y mucho menos que el verdadero mandamás del CCD era el siniestro teniente coronel Pedro Alberto Durán Sáenz, un asesino afecto a coleccionar en una caja bombachas y corpiños de mujeres detenidas, que hace pocas semanas no pronunció palabra alguna para defenderse en un juicio que lo tiene como responsable de la represión en la zona comandada por el Primer Cuerpo.

Detenidos de los que no se habla. Uno de los que pasó por el GA1 fue Arnaldo Piñón, ex obrero metalúrgico y delegado sindical en la fábrica TENSA en la década de 1970. Después de su participación en los conflictos de Smata (Córdoba), Villa Constitución, John Deere (Sauce Viejo) e Ingenio Ledesma (Jujuy), lo secuestraron junto a su mujer en agosto de 1978. Fue torturado durante un mes en Vesubio, hasta que “a mediados de septiembre nos trasladaron a Ciudadela –dice a Tiempo Argentino–, que formaba parte del dispositivo de secuestro y desaparición del Primer Cuerpo del Ejército”. Y agrega: “El responsable que habló conmigo fue un teniente primero de apellido Pascual. Lo recuerdo bien porque estaba bastante enojado; a él y a otro sargento les habían ordenado viajar urgente al sur por el conflicto fronterizo con Chile.”
Esa noche del 13 de septiembre del ’78, a Piñón lo arrastraron encapuchado a Ciudadela con un grupo de cautivos en Vesubio que también integraban Roberto Arrigo, Enrique Varrin, Laura Waen, Roberto Gualdi, Guillermo Lorusso y Rolando Zanzi. Los siete, algunos con las piernas destrozadas por las patadas que los guardias les daban en las articulaciones, fueron trasladados en medio de una teatralización bastante estúpida hecha por los militares: cuatro efectivos los llevaron en una camioneta hasta la entrada del actual museo y los abandonaron durante algunos minutos, hasta que varios matones de Fichera, haciéndose los sorprendidos, los “encontraron” en la puerta al grito sobreactuado de: “Mirá, una camioneta llena de subversivos, ¿y éstos de dónde salieron?”
“Ya habían decidido blanquearlos –explica el sobreviviente Jorge Watts, querellante en la causa contra Durán Sáenz y compañero de varios de aquel viaje–, y por eso los de Artillería la jugaban de ‘buenos’.” Watts acaba de declarar implicando en diversos crímenes a varios de los represores del Vesubio que reportaban al centro clandestino de Ciudadela en esa época, como por ejemplo, los coroneles retirados Héctor Humberto Gamen y Hugo Ildebrando Pascarelli, y los agentes del Servicio Penitenciario Federal Roberto Carlos Zeoliti, José Néstor Maidana, Ricardo Néstor Martínez, Ramón Antonio Erlán y Diego Salvador Chemes.
Varios testimonios marcan al mayor Hernán Tetzlaff –apropiador del hijo de Hilda Torres y Roque Montenegro, y condenado a prisión en 2001– como el responsable de los traslados, que en pocos días repartieron a 35 secuestrados del Vesubio en cinco dependencias, una de las cuales fue el GA1.

Los de Ciudadela que nunca aparecieron. Carri, Oesterheld y Szir alternaron sus cautiverios en el actual Museo Militar, Vesubio y el Sheraton, también llamado “Embudo”. El primero, sociólogo autor de libros como Argentina: Estado y liberación nacional y Las luchas del peronismo contra la dependencia, fue secuestrado junto con su mujer Ana María Caruso el 24 de febrero de 1977, en Hurlingham. Los dos militaban en Montoneros, y durante un tiempo pudieron intercambiar cartas con familiares y ver a sus tres hijas vigilados por un intermediario de los represores apodado “Negro” o “Raúl”. Se trata del mismo alias que “ayudó” a que otra de las secuestradas en esos CCD, Adela Esther de Lanzillotti, pudiera llamar por teléfono varias veces desde su celda a su hermana. En una de aquellas cartas, Ana María de Carri cuenta que “Ahora está con nosotros ‘El Viejo’ (como llamaban a Oesterheld), el autor de El Eternauta, ¿se acuerdan?”
A Pablo Szir, pieza clave del cine militante clandestino, lo detuvieron el 30 de octubre de 1976 en Ramos Mejía. Realizador del corto que integró el film colectivo Argentina, mayo de 1969: los caminos de la liberación y el largometraje Los Velázquez, entre otras obras, también pudo ver en varias oportunidades a su familia antes de no aparecer nunca más. “Me encontré con papá en una confitería de Ramos –recordó su hija–, tenía marcas de torturas, las manos quemadas con cigarrillos, le faltaban dientes y estaba mucho más flaco.” En la causa por la desaparición de su padre, ella también cuenta que el mismo Pablo le describió su paso por distintos lugares, y que tanto él como Oesterheld y Carri eran trasladados regularmente al cuartel de Ciudadela, “donde les hacían escribir un trabajo”.
Otros detenidos en el lugar fueron Alicia Esther Candela y dos militantes secuestrados en Témperley en abril de 1977, Juan Marcelo Soler y Graciela Moreno de Rial. Varios de los familiares aportaron después ante la justicia que uno de los responsables del GA1 en las celdas era un capitán de apellido Caino.

Oesterheld y la historieta que le encargó un asesino. “Héctor estuvo allí escribiendo ese trabajo”, cuenta a Tiempo Elsa, la mujer de Oesterheld, en relación a la historieta sobre San Martín que Durán Sáenz obligó a hacer al creador de El Eternauta, bajo amenaza de tortura. El trabajo, una monumental secuencia ilustrada que el secuestrador soñaba publicar y cuyos originales debe tener hoy en su poder, formaba parte de distintas “inclinaciones culturales” que despuntaba, mientras paseaba por la brigada de artillería y meditaba en los parques del actual Museo Militar. También obligó a que Szir filmara un documental sobre la dictadura, y a que Carri escribiera distintas investigaciones que blanquearan la imagen de los criminales. Todo quedó inconcluso.
En una carta a su familia, que no especifica un lugar en concreto pero sí habla del tema, Ana María de Carri cuenta que “a esa oficina vamos a trabajar casi todos los días. El otro día vinieron de visita (a la oficina) seis generales, entre ellos Vaquero, Sasiain, Jáuregui y Martínez... los que estábamos allí no éramos todos sino un seleccionado de cuatro solamente, entre los que estábamos papá y yo.”
Hace pocos días, en su declaración ante el Tribunal Oral Federal 4 (TOF4), la sobreviviente Ana María Di Salvo también comentó aquello de la historieta, dijo que “Oesterheld estaba muy golpeado, sobre todo en la cabeza”, y precisó que otro de los lugares en donde se lo veía trabajar al guionista era el comedor de la jefatura del Vesubio.
Entre otros casos, Durán Sáenz es investigado por la desaparición y posterior asesinato de Elisabeth Käsemann, una joven alemana acribillada a balazos en la nuca y en la espalda –según reconoció el médico policial Carlos E. Castro–, que durante la dictadura viajó a la Argentina para hacer su tesis universitaria. Ernst Käsemann, padre de Elisabeth y uno de los teólogos más importantes de Alemania, pudo recuperar el cuerpo de su hija, pero antes fue obligado a pagar 22 mil dólares a los siervos de Durán Sáenz.
En cuanto al coronel Antonio Fichera, otro de los jerarcas del Batallón de Artillería 1, murió impune por la ley de Punto Final. Fue jefe del área represiva 114 (que abarcaba el partido de La Matanza, donde está hoy el Museo), desempeño que le valió el reconocimiento de varios dirigentes menemistas, que lo contrataron como asesor en la década de 1990.

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