domingo, 20 de marzo de 2011

La conspiración de los azules

Miradas al Sur
20 de marzo de 2011

Por R. Ragendorfer y S. Hacher

La trama oculta detrás de la salida del comisario mayor Lompizano. El plan desestabilizador incluía salideras bancarias y fue desarticulado con su desplazamiento de la Policía Federal

En las modulaciones de la Policía Federal efectuadas el 7 de diciembre entre la Dirección de Operaciones y los efectivos que intentaban el desalojo del parque Indoamericano, se destaca el siguiente diálogo:
–¡Avancen! –ordenó alguien, desde el Departamento Central.
La respuesta, en Soldati, fue:
–Jefe, los piojosos nos están cagando a cascotazos. ¡Hay que tirar!
–¡Presencia! ¡presencia! –gritó, entonces, esa voz de mando a distancia.
Al parecer, en la jerga operativa de los uniformados aquel vocablo fue como el aval para entrar en acción; es decir, un sinónimo de “¡Disparen!”. De hecho, en ese preciso instante, la tropa comenzó a accionar sus armas en el puente de la avenida Escalada. Desde ese lugar partió el disparo que hirió de muerte al inmigrante paraguayo Bernardo Salgueiro.
–¡Presencia! ¡presencia! –seguía bramando la voz.
Pertenecía nada menos que al entonces director de Operaciones, comisario Hugo Lompizano. Dicho oficial ya estaba en la mira de la Justicia debido a su presunta responsabilidad en la manipulación del video sobre el ataque de una patota sindical a trabajadores tercerizados, en el que faltan unos seis minutos de exposición que coinciden con el asesinato del militante del Partido Obrero, Mariano Ferreyra. Pero esas dos circunstancias, lejos de propiciar su eyección de la fuerza, no obstaculizaron el posterior acceso de Lompizano a la cúpula. Tanto es así que en diciembre ascendió a la jefatura de la poderosísima Superintendencia Metropolitana, que controla las 53 comisarías porteñas. Pero su permanencia en el cargo no fue duradera. Ya se sabe que durante la mañana del miércoles pasado, la ministra de Seguridad, Nilda Garré, dispuso en forma sorpresiva su desplazamiento.
Lo cierto es que –según datos a los que accedió Miradas al Sur a través de fuentes no relacionadas entre sí– en el pase a disponibilidad de Lompizano subyace una trepidante trama, la cual incluiría la existencia de un plan secreto de operaciones –ideado por altos oficiales, tanto en actividad como retirados– para restaurar los atributos del comisariato, borrados de un plumazo por la actual gestión ministerial.

La riña del gallo. En la primavera de 2003, el presidente Néstor Kirchner no ocultaba su intranquilidad ante la corrupción estructural que envolvía a la Bonaerense. Y hasta impartió una directiva al gobernador Felipe Solá para que conjurara esa situación. Pero la fuerza de seguridad que en aquellos días daría la nota fue la Policía Federal: su jefe, el comisario Roberto Giacomino, un sujeto prohijado por el ex presidente Duhalde y Carlos Ruckauf, fue el eje de un escandaloso contrato para informatizar el Hospital Churruca mediante empresas que pertenecían a parientes suyos. Su reemplazante fue el comisario Héctor Prados, un oficial que contaba con la confianza del entonces ministro de Justicia, Gustavo Béliz. El nuevo jefe sería secundado por los comisarios Néstor Vallecas y Jorge Oriolo. Este último, por cierto, gozaba de un enorme predicamento en una de las líneas internas de la oficialidad, la cual mantenía una puja con la que lideraba el comisario Jorge Fino Palacios. En mayo del año siguiente, su logia sería descabezada en medio de la purga más grande en la historia de la Federal: 107 comisarios, subcomisarios y oficiales superiores fueron enviados a sus hogares, debido a un cúmulo de irregularidades. En consecuencia, el sector de Oriolo quedó sin competencia. Y dos meses después, a raíz de un desborde represivo contra manifestantes en la Legislatura, quien regresaría a su casa fue el propio Prados. Desde ese momento, la dupla Vallecas-Oriolo se mantuvo en la cúspide del poder policial. A su modo:Vallecas era el jefe protocolar, mientras quien realmente conducía a la fuerza era su segundo. Éste ya tenía planeado su futuro, ya que soñaba con crear un organismo nacional de seguridad bancaria centralizado desde la Federal al resto del país. No pudo ser. El dudoso papel de la Federal en el asesinato de Ferreyra y su criminal intervención en el Indoamericano hizo que esa agencia policial fuese considerada por el Poder Ejecutivo como un factor desestabilizador. Ya se sabe que la creación del Ministerio de Seguridad –con el consiguiente reemplazo de Vallecas y él, por los comisarios Enrique Capdecilla y Alejandro Di Nizo– dejó sus planes truncos. Pero en ese marco de cambios y reformas, él seguiría teniendo influencia entre la oficialidad mientras Lompizano pasaba a ser el poronga –tal como lo hombres de azul denominan a sus referentes– del comisariato.

Todo o nada. “Sabemos, señores, que estamos ante una conducción política que no quiere a la fuerza”, fueron sus exactas palabras. Las dijo un hombre robusto y canoso que lucía un impecable traje oscuro. Su auditorio estaba compuesto por unos diez sujetos que exhibían un gesto tan adusto como el suyo, mientras asentían con un leve corcoveo. Se trataba de uno de los tantos cabildos cerrados que mantienen en estos días algunos altos dignatarios de la Federal.
Se dice que, en realidad, lo que sobresalta a los popes de ese cuerpo policial es el destino incierto de la recaudación. En tiempos normales, se estima que la caja paralela de la Federal oscila entre 400 y 500 millones de pesos mensuales, una cifra que por año empata la del presupuesto oficial asignado para su funcionamiento. Lo cierto es que en las últimas semanas, y en especial desde que se hizo pública la intención gubernamental de barrer con la conducción de las 53 comisarías porteñas, los forzados tributos de comerciantes y delincuentes a los uniformados han empezado a sufrir evidentes retrasos o, directamente, se suspendieron.
“Se quiere sacar a la calle gente administrativa que ni siquiera tiene armas asignadas”, dijo, con un tono dramático, el hombre del traje oscuro. Quienes lo escuchaban volvieron a asentir. La fuente que informó a Miradas al Sur sobre dicho cónclave los señalaría como integrantes de la línea Oriolo.
Lo cierto es que la afable presencia de ese hombre canoso y robusto es añorada en los pasillos del Departamento Central. Al parecer, el ex subjefe mitiga las horas muertas de su flamante retiro con algunos encuentros sociales con ex subordinados y cuidando el jardín de su casa ubicada en la calle De los Reseros, de Parque Leloir, valuada en 700 mil dólares. Tal vez, este policía jubilado evoque ante el oído de algún vecino el hecho de que él también fue víctima de la inseguridad: en dos oportunidades –el 28 de febrero de 2008 y el 11 de agosto de 2010– esa misma residencia fue objeto de dos enigmáticos ataques con armas de fuego que fueron repelidos por su custodia. Oriolo nunca dejó de atribuir tales episodios a “la acción de los cacos”, como supo decir en su momento por televisión.
Tal vez también por televisión se haya enterado del nuevo protocolo de custodia en sucursales bancarias, consistente en colocar uniformados en la vereda, para así evitar robos.
Es que –según una fuente oficial– tal medida se ha implementado tras filtrarse el dato de que otro sector policial disconforme con la nueva política de seguridad habría contemplado el recurso de “liberar zonas para cometer salideras bancarias”. Según esa misma fuente, ello justamente precipitó el pase a disponibilidad del polémico comisario Lompizano.
En la fuerza es un secreto a voces que éste encabezó otros tantos cabildos cerrados con camaradas de armas, para idear un plan de lucha que incluiría la liberación de zonas para incentivar todo tipo de delitos, reducir al mínimo la presencia policial en las calles y poner palanca en boludo, como se le llama en el lenguaje canero al trabajo a reglamento. Su sorpresivo desplazamiento habría enfriado semejante conjura.
Sus protagonistas –a pesar de su elevada jerarquía policial– son concientes de que en la estructura de la fuerza integran una minoría. Es que el grueso de su nómina –integrada por la suboficialidad y los oficiales subalternos– no ve con malos ojos la reforma de la Federal. Una apuesta tan urgente como necesaria.

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