Tiempo Argentino
3 de abril de 2011
Por Felipe Yapur
La idea de conformar un Grupo A con vistas a las elecciones presidenciales había comenzado a circular poco después de que se confirmó el triunfo del Frente para la Victoria en Catamarca. Las desesperadas maniobras del chubutense Mario Das Neves para quedarse con el triunfo en su provincia terminaron por convencer a buena parte del arco opositor de intentar concretar esta especie de Unión Democrática del siglo XXI, un ejemplo histórico de construcción política poco democrática para enfrentar al modelo nacional y popular dominante.
Esta nueva versión del Grupo A, el fracaso más estrepitoso que se recuerde en el ambiente parlamentario, encontró eco en el ala derecha de lo que fue ese experimento legislativo. Si bien lo lanzó Mauricio Macri, el primero en esbozarlo fue el senador radical Ernesto Sanz. El entonces precandidato radical lo dijo cuando todavía sentía el ardor de aquella mala decisión de viajar a Catamarca en busca de algún rédito de lo que consideraba un seguro triunfo del Frente Cívico y Social.
El bochornoso escrutinio chubutense, verdadero certificado de defunción de la candidatura presidencial de Das Neves, le demostró a la oposición que la sociedad argentina está más que decidida a respaldar el modelo que representa Cristina Fernández. Pero no pueden rendirse sin al menos hacer algo.
Las firmas que se sumaron a la convocatoria de Macri tuvieron una sorpresa. De todos los que allí la estamparon, la menos esperada era la de Ricardo Alfonsín. En parte porque los otros dirigentes políticos que aceptaron ser parte de esa especie de declaración de principios son claramente de derecha y tuvieron un rol fuerte en maniobras destituyentes. Francisco de Narváez, Elisa Carrió, Eduardo Duhalde y el mismísimo Sanz, fueron protagonistas durante 2010 de cuanto proyecto de ley se presentara en el Congreso y que tuvo en sus entrañas medidas que, por lo menos, desfinanciaron el Estado. El pretexto que blandió Macri para la convocatoria es al menos de escaso peso específico: el bloqueo a la planta impresora de Clarín que demostraba, según su amañada óptica, una clara violación a la libertad de expresión. En el Senado intentaron aprobar una declaración que sostuviera esa tesis. No lo consiguieron, y fundamentalmente porque ni siquiera en los discursos de los senadores opositores pudieron ocultar que lo ocurrido en Clarín no era otra cosa que una disputa gremial.
Hasta los representantes del Peronismo Federal tuvieron problemas para hacer encajar la pelea sindical en lo que este sector define como una práctica sistemática de violación a la libertad de expresión. Tal vez estaban más preocupados en lo que ocurrirá hoy, en la elección interna que tiene menos participantes que cuando comenzó. Sólo Duhalde y el gobernador Alberto Rodríguez Saá intentarán legitimar una candidatura cada día más escuálida. No participan Felipe Solá y mucho menos Das Neves, el patagónico que pretendía repetir el camino de Néstor Kirchner pero, claro está, desde la derecha del arco ideológico. Con esas deserciones, la elección se redujo a la mínima expresión, un anticipo de lo que este sector puede llegar a convocar en los comicios presidenciales de octubre.
Diferente fue la actitud del ala izquierda del extinto Grupo A, que escaldados por aquella experiencia anunciaron que no se iban a sumar a este nuevo experimento. Al menos por ahora, el socialismo, el GEN y Proyecto Sur no serán de la partida. Habrá que esperar los resultados de las elecciones en las provincias que se avecinan para ver si mantienen su palabra de no ser parte de esta novedosa Unión Democrática o que por la desesperación de al menos mantener las bancas legislativas, se decidan sumarse a esa construcción que ahora lidera Macri.
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