lunes, 28 de febrero de 2011

“Cada nieto recuperado es la prueba de la magnitud de este crimen”

Tiempo Argentino
28 de febrero de 2011

Por Alan Iud
Coord. Equipo jurídico de Abuelas de Plaza de Mayo.


Hace más de 14 años, cuando las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, así como los indultos de Menem, mantenían sus efectos y garantizaban la impunidad de los genocidas, las Abuelas de Plaza de Mayo provocaron un hito en su larga lucha, junto a gran parte de la sociedad y otros organismos de Derechos Humanos, para alcanzar un poco de verdad y justicia. Denunciaron entonces a los principales responsables del terrorismo de Estado por la apropiación de sus nietos, crimen atroz que había quedado por fuera de aquellas leyes de impunidad y de los nefastos indultos.

La causa que se iniciaba no sería sencilla: ya en el Juicio a la Juntas Militares se había imputado a algunos de los comandantes seis hechos de apropiación de niños, pero la Cámara Federal había entendido que el delito de apropiación de niños sólo había ocurrido “ocasionalmente”, considerando probado sólo uno de esos seis casos y absolvió a los dictadores por estos crímenes.

Pero el propio trabajo diario de las Abuelas desmintió esa afirmación de la Cámara (que hay analizar en el acotado número de casos a los que se avocó en aquel histórico juicio), ya en el momento que efectuaron la denuncia más de 40 nietos habían recuperado su identidad. No hay mejor prueba de la magnitud de estos crímenes y de su sistematicidad que cada uno de los nietos restituidos.

Así fue posible que Videla, Massera y compañía fueran detenidos y tuvieran que brindar una explicación a la justicia por estos hechos. Sin embargo, a diferencia de la actitud que adoptaron respecto de los secuestros, torturas y asesinatos de los militantes populares, crímenes respecto de los cuales “reconocieron” genéricamente su responsabilidad y pretendieron justificar bajo el argumento de la “lucha contra la subversión” y la “guerra civil”. Jamás aceptaron haber establecido distintos mecanismos para cortar los vínculos entre aquellos militantes desaparecidos y sus hijos más pequeños, en una suerte de eugenesia social.

Con la anulación de las leyes de impunidad y de los indultos, este proceso pasó a tener otra relevancia: dejar establecido para la historia, con la fuerza simbólica y social de una sentencia judicial, que aquellas apropiaciones de niños no fueron “ocasionales” ni decisiones individuales de algunos oficiales o suboficionales, sino que respondieron a una definición de sus máximas autoridades, algunas de las cuales estarán en el banquillo de los acusados desde hoy.

En el camino desde aquella denuncia hasta este juicio histórico, otros represores murieron impunes. Pero también muchos otros jóvenes recuperaron su identidad, llegando al día de hoy a 102.

Será entonces la última oportunidad para que los genocidas les digan a las Abuelas donde están sus nietos, los 398 que seguimos buscando.

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