domingo, 27 de febrero de 2011

La revolución política y social en Brasil

Tiempo Argentino
27 de febrero de 2011

Por Alberto Ferrari Etcheberry
Director del Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

Con ‘Lula’ nace la democracia de masas, abriendo un proceso de inclusión social de sorprendente alcance, expresado en los 36 millones de pobres que han ingresado a la clase media.


La renovación presidencial en Brasil ha fortalecido las políticas fundamentales iniciadas en 2003. Por un lado, el cambio drástico de rumbo e instrumentos anteriores, especialmente la adopción del llamado neoliberalismo normado en el Consenso de Washington que comenzó Collor de Melo y continuó Fernando Henrique Cardoso con la dependencia del capital financiero global. Por otro, el eje puesto en el consumo y el acceso al trabajo de los más pobres, localizado en el postergado nordeste. Todo apuntalado por ese nuevo sujeto político y social, al que la Constitución de 1988 abrió el camino de la ciudadanía, y que por primera vez estableció el voto universal. Ya queda claro para todo el que quiera y sepa ver que en Brasil ha ocurrido una verdadera revolución política, pacífica y democrática en métodos y contenido, de sorprendente alcance social expresado en los 36 millones de pobres que han ingresado a la clase media. Hace unos pocos días la línea aérea GOL justificaba su pedido de nuevos permisos para llegar a Buenos Aires en la demanda de esos nuevos consumidores que quieren conocer la Argentina.
Esta es, a mi juicio, la clave: con “Lula” nace en Brasil la democracia de masas, abriendo un proceso de inclusión social. Por cierto que mucho quedó sin hacerse. Estos ocho años de construcción de ciudadanía son nada más que el comienzo de una transformación que deberá continuar con Dilma, cuyo liderazgo cuenta con la fuerza y el optimismo de esos incluidos y con el PT, primer partido político “en serio” de Brasil.
En la Argentina es útil subrayar que el Partido de los Trabajadores (PT), Lula y Dilma no fueron espectadores pasivos de la dictadura militar. También vale recordar que fueron duros adversarios del gobierno de Fernando Henrique Cardoso, bastante mejor que nuestro menemismo. No hay en el PT ni en ellos, pues, nada que se parezca a oportunismo coyuntural, por lo que no hay razón para temer en este nuevo gobierno por la continuidad del programa iniciado por Lula.
No pretendo resumir sino sólo pergeñar el cuadro en el que se inserta esta nueva etapa de la alianza argentino-brasileña iniciada en 1985 bajo un común mandato: “crecer juntos”; que entre marchas y contramarchas, sigue siendo el norte estratégico de nuestro desarrollo como nación, ahora apuntando al plano del estado regional y tal vez pronto al del eje que va apareciendo: el mundo de las ciudades.
Que el primer viaje al exterior de la presidente Dilma (Silva) Rousseff haya sido a nuestro país más que promisorio es, felizmente, un hecho natural. Fue muy distinto en 2003, cuando aún competidor en una segunda vuelta que terminó ganando por abandono, Néstor Kirchner viajó a Brasil, definiendo una prioridad oscurecida por la crisis de la que el país comenzaba a salir.
Brasil es indiscutido miembro del BRIC, por una parte, y nadie se atreve a calificarlo como la “potencia chiquita, inestable, atrasada”, poco menos que autárquica que describía Jorge Ávila y pregonaba la necesidad del hoy extinguido y olvidado ALCA. Por la otra, la crisis de 2008 ha descubierto la debilidad del mundo desarrollado asentada en la vaporosidad de los flujos financieros. China es la segunda economía mundial. Lula, Evo Morales y el propio Obama simbolizan la presencia activa e inesperada de quienes hasta ayer no existían siquiera como consumidores. En los Estados Unidos 300 mil estadounidenses se quedan con un ingreso igual al de 180 millones, esto es uno por 600, por decisiones electorales de menos del 40 por 100 de los ciudadanos y de la cuarta parte de la población. En Europa frente a la crisis se propicia la disciplina germánica para ajustar hacia abajo, sin mencionar que Alemania es el país probablemente ejemplar en los términos del pretendido difunto “estado de bienestar” y de participación obrera en la dirección de las empresas. El paraíso soviético convertido en la caricatura democrática rusa no esconde el renacido zarismo-stalinista petrolero. Los ricos no consiguen cerrar sus puertas a los vecinos pobres y los hasta ayer modélicos muestran en sus sistemas políticos la debilidad de instituciones pensadas y nacidas en el siglo XIX, que no parecen adecuadas para un mundo en el que la trasnacionalidad ha alcanzado a la producción, independizando o alejando así, al menos aparentemente, a sus actores de la cuna y eje nacional protector y determinante en base al cual crecieron como empresas fuera de sus fronteras.
Tal vez estas pinceladas no sean nuevas pero no dudo de que las iluminan Internet y sus derivados, creaciones juveniles para actores juveniles, que permiten ver el contraste entre el mundo geronte desarrollado y el mundo joven de lo que hasta no hace mucho se calificaba de tercero y que nos ha permitido ir más allá del fútbol y ser privilegiados testigos del inesperado despertar ocurrido en Túnez y Egipto, que repica en sus vecinos, que avergüenza a los mandantes externos, y que agrega un nuevo actor, el pueblo árabe, cuya conducta colectiva, enclaustrada por el doble cerrojo del petróleo y del conflicto palestino-israelí, aparecía como eternamente estática, y que ahora se abre con un vital interrogante.
En este mundo apasionante y acelerado debe crecer y profundizarse con coraje y audacia la relación que las presidentes han ratificado en Buenos Aires.

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