domingo, 27 de febrero de 2011

“La televisión vampiriza los éxitos”

Tiempo Argentino
27 de febrero de 2011

Por Tomás Forster

El periodista, autor de varios libros sobre medios de comunicación, cuestiona los mecanismos que convirtieron a la TV argentina en un “depresor social”. También analiza la subordinación de la radio a los canales de noticias, la Ley de Medios de la Democracia, el formato 6,7,8 y la responsabilidad profesional de los hombres de prensa. Cómo lo convirtió el exilio en un verdadero “argenmex”.


La escritura o su ausencia adoptan, muchas veces, la forma de un estado de ánimo. El escritor se queda sin palabras, sin ganas de buscar nuevas historias que lo atrapen, frente a la sensación de desolación y vacío que le puede generar enfrentarse a un mundo extraño y distante de aquel que siempre fue su fuente de inspiración. Como le paso a Osvaldo Soriano. El recordado “Gordo” sobrellevó varios años de exilio europeo sin poder escribir una nueva novela después de Cuarteles de invierno. Lejos del barrio, de los pueblos perdidos en el llano, de sus personajes profundamente argentinos, mínimos y entrañables, Soriano carecía de su mundo literario. Hasta que pegó la vuelta y encontró, en nuevos antihéroes, el rastro del cantor de tangos orgulloso y solidario, del boxeador frustrado y lleno de dignidad, del loco del pueblo y, claro, del peronismo y la vida popular. Huellas de lo poco que quedaba en pie luego de la noche dictatorial.
Pero, en otros casos, esa sensación de vacío insondable, esa pérdida de lo conocido, ese resquebrajamiento del ser, se transformó en una experiencia enriquecedora y un vínculo estimulante. Y, lo que al principio apareció como totalmente desconocido, devino, poco a poco, en nuevas costumbres y hábitos culturales que introdujeron sustanciosos e inesperados elementos en esas identidades.
Algo de eso le ocurrió a Carlos Ulanovsky. Un “argenmex” visible y confeso. Quizás por la menor distancia cultural y la activa vida social que reinaba entre los argentinos exiliados en tierras aztecas, Ulanovsky siempre tuvo un recuerdo muy intenso de aquellos años. Tal fue la importancia de aquella experiencia que se decidió a escribir sobre sus vivencias y las de su familia. Con la Guerra de Malvinas como telón de fondo y con un porvenir que, en ese entonces, parecía más cercano al bosque de Chapultepec que a la calle Lavalle, fue elaborando una serie de escritos que le dieron forma a Seamos felices mientras estamos aquí. Crónicas del exilio.
Agotado en las dos ediciones anteriores, el libro acaba de ser reeditado, en formato de bolsillo, por Sudamericana. Además de contar con una prosa dinámica y entretenida, el principal acierto del escrito radica en que logra fundir el clima de época con las peripecias personales. Para la ocasión, el autor incorporó una dedicatoria especial a sus hijas y un prólogo en el que actualiza los motivos de la obra. Ulanovsky charló en profundidad con Tiempo Argentino sobre su libro más querido y otros temas que lo desvelan.

–¿Cuáles fueron los motivos que te llevaron a escribir sobre la experiencia del exilio?
–Tengo 17 libros editados pero ninguno de ficción. Soy evidentemente un tipo, por el trabajo periodístico que siempre hice, muy apegado a la realidad. Y el origen de este libro fue un hecho de la realidad que me conmovió lo suficiente como para comenzar a escribir. Vivía en México con mi familia y estaba de vacaciones, en una playa. Era un lugar difícil para conseguir un cuaderno, pero me puse a escribir. Ahí nos enteramos de que la Argentina le había declarado la guerra a Inglaterra. Y sentí una inevitable necesidad de participar de alguna manera, porque necesitaba entender. Aun a la distancia.
–¿La sensación, en ese momento, era que el exilio iba a durar varios años más?
–La verdad es que, apenas nos enteramos, el futuro era más dudoso que otra cosa. La sensación de que todo se iba a prolongar se notó, realmente, cuando volvimos de nuestras vacaciones al día a día en el Distrito Federal. Ahí tuvimos tiempo para tener ese tipo de discusiones y de contradicciones. La colonia argentina se sensibilizó y movilizó por todo el episodio. Hubo posibilidades de discutir entre todos: los que estaban de acuerdo y los que estaban en completo desacuerdo. A mí me parecía que era una locura y entendí que era imposible, por las situaciones del país, afrontar esa guerra. Sin embargo, como me gusta hablar de contradicciones, recuerdo dos movilizaciones que hizo la colonia de exiliados: una frente al Consulado argentino y otra frente a la Embajada de Inglaterra.
–¿Y a partir de ese momento decidiste comenzar a escribir, pasar a ser un cronista intimista de la experiencia del exilio?
–Así es, y vuelvo a otros momentos que nos marcaron a todos los argentinos que vivíamos allá. Como lo que pasó en el Mundial ’78, que fue otro episodio de sentidas contradicciones. En esa ciudad, la más extendida del mundo era medio patético ver a 20 o 30 autos de argentinos tocando la bocina y festejando. En ambos casos se debatió y nos preguntamos: “¿Qué estamos haciendo? No estamos apoyando la posibilidad de que los milicos permanezcan en el poder?”
–¿Cuál es el lugar de este libro en toda tu obra?
–Es el libro que más quiero de todos. Significó muchas cosas. La posibilidad de reflexionar sobre ese paso fundamental, en mi vida, que fue el exilio. Cuando pude desarrollar mis elecciones más profundas y adultas. Además porque hablo de mi familia y mis amigos. Cada uno de los capítulos está dedicado a la gente que conocí allá y con la que generamos una especie de familias sustitutas.
–¿Cuáles fueron las sensaciones al releerlo últimamente?
–Me impresionó que, entre los dedicados de cada capítulo, había muchas personas que ya no estaban, o porque se habían muerto o porque la mayor parte de las dedicatorias eran a parejas, muchas de las cuales se habían divorciado. La vida había intervenido sobre el libro. Había que asumirlo y lo asumí con un nuevo prólogo. Era inevitable que sucediera esto porque es un libro con una larga vida, se termina de escribir y se edita en el ’83. En 2001, en la segunda edición, lo agarré porque era necesario hacerle una serie de lecturas, una interpelación por la cantidad de personas que se estaban yendo del país por motivos económicos y porque habían pasado 18 años desde la primera publicación.
–¿Y cómo se vincula este presente, tan distinto al de 2001 y al de la década del 1970, con este tercer momento del libro?
–La verdad que no pensé demasiado esa relación como sí lo hice en 2001. Sí es evidente que ahora no hay una corriente tan definida y clara de gente que se quiera ir. Incluso, por las informaciones que se manejan está volviendo gente. Hace poco leí un artículo de Adrián Paenza en el que contaba que muchos científicos retornaban, algo fantástico realmente.
–¿Cuál es el recuerdo del momento en el que optaste por el camino del desarraigo?
–En mi caso me fui por miedo. Soy un exiliado del miedo. Me fui dos veces, la primera desde el ’74 hasta enero del ’76. A contramano de lo que todos nos aconsejaban volvimos hasta el ’77. En ese año nos fuimos de nuevo a México y nos quedamos hasta el ’83. Antes del primer exilio, era uno de los dos secretarios de redacción de Satiricón junto a Mario Mactas. Y nos empezaron a atacar las revistas de ultraderecha. Tuve la sensación de que el piso se me movía y me resultó insoportable. Decidí irme, y con la perspicacia política que siempre me caracterizó, pensé que en dos meses todo pasaba, conseguí un laburo en México y finalmente nos fuimos quedando. El primer edificio donde vivimos era uno de esos lugares donde te podías quedar sin necesidad de papeles y había muchos argentinos ahí, entre ellos Héctor Cámpora. Nosotros vivíamos en el cuarto piso y, en el tercero, Cámpora estaba con toda su familia. Antes de volver por segunda vez a México, me fui a trabajar a publicidad y, a la par, volvió a salir Satiricón. Los milicos me buscaron otra vez y nos volvimos a ir. Curiosamente, sin el miedo de la primera vez. En esa segunda estadía los que eran nuestros amigos y la gente más cercana habían tomado una actitud más de permanencia frente al exilio.
–Jugando con el título del libro, ¿fueron felices mientras estuvieron en el exilio?
–El título se me ocurrió luego de comprar, a la salida de mi trabajo en México, una artesanía con un mirasol que tenía ese mensaje. Sobrevivió al container del retorno y a cinco mudanzas. Siempre lo pensé como una clave de supervivencia y de amor. Recuerdo que cuando llevé la artesanía a mi casa, mi mujer lo apreció de la misma manera. El día a día fue muy grato, mis hijas crecieron muy bien. Lo mismo me trasmitieron muchos lectores. En cuanto a tu pregunta no voy a ser hipócrita. Por un lado se podía vivir y se vivió muy bien. Pero no es un dato menor que, casi todos los que estuvimos exiliados, regresamos. Aun en condiciones inciertas.
–¿En qué rasgos se mexicanizaron vos y tu familia?
–Cuando voy al DF es como si estuviera en Buenos Aires, conozco para qué lado van todas las avenidas. La comida me es totalmente común, luego de haber tenido primeras e inevitables experiencias tremendas con el picante. En lo que hace a la personalidad me cambió la agenda de la cabeza. Fue muy grato descubrir que la informalidad mexicana me enseñó a no desesperarme tanto por tener una agenda súper aguerrida.
–¿Cómo influyó en tus hijas la estadía en México?
–Mis hijas son muy “argenmex”, que me parece un concepto interesantísimo y muy claro de lo que fue nuestra experiencia como exiliados. La mayor, dedicándose al diseño gráfico, tuvo varios grupos mexicanos de corridos y rancheras con varias amigas, y ahora, con otro amigo, tienen una banda que se llama La musical mexicana. La menor, que cuando nos fuimos tenía pocos meses pero al volver contaba 6 años, hizo un corto que se llamaba Pasaportes, basado en la experiencia que le significó la adaptación a la Argentina luego de pasar sus primeros años de infancia en México.

Con las mismas cualidades que lo llevan en su narración del exilio mexicano a ubicarse, a la vez, como observador y protagonista de aquella experiencia, Carlos Ulanovsky se convirtió en un avezado historiador y especialista sobre medios de comunicación, a la vez que desarrolló una extensa y variada trayectoria como periodista, comunicador y redactor publicitario. Con más de una decena de libros sobre la historia de la radio, la televisión y la prensa gráfica, algunos de sus textos son Paren las rotativas: una historia de grandes diarios, revistas y periodistas argentinos, Cómo somos. Trapitos argentinos al sol y el reciente Tato, biografía sobre el célebre humorista. A continuación, Ulanovsky desmenuza, sin guardarse nada, la realidad que atraviesan los medios y apoya, con algunos reparos, la Ley de Medios de la Democracia porque “los medios los hacen las personas”.
–¿Cómo ves el momento actual que atraviesa la radio?
–El año pasado me agarró un plantón en Aeroparque. Era de noche y por suerte estaba con mi radio portátil. Empecé a hacer zapping de radio y se me pasó el tiempo fantásticamente. Pensé: “¿Qué escuché?” Bueno, hasta que empezó Dolina, escuché boludeces, pero como dice Fernando Bravo: “la radio son boludeces que suman”. Y entonces llegué a la conclusión de que tenemos una radio variada, pero banal y entretenida. Es variada porque tiene de todo, pese a que el género predominante es el magazine, en el que cabe absolutamente todo. Hay magazines de la mañana a la noche.
–¿Cuál es el secreto de la radio para mantener su importancia en la vida cotidiana de los argentinos?
–La radio le da a la gente, al oyente, la posibilidad de tener la fantasía de participación, de intervención sobre todo tipo de temas, de las cuestiones personales a las problemáticas colectivas y políticas más urgentes. Ese es un rasgo muy actual de la radio que no hay que desdeñar.
–¿La radio perdió agenda propia y se alimenta de otros medios de comunicación?
–Lamentablemente, desde hace algunos años, en los estudios de radio empezaron a existir los monitores de televisión que suelen estar sintonizados en señales de noticias, no en History Channel. Y eso inevitablemente le marca la agenda al tipo que está haciendo el programa.
–¿La radio se subordina a la televisión?
–Sí, la palabra subordinación define tal cual lo que ocurre. Porque no hay reciprocidad en esa relación, es muy raro que la televisión se ocupe de la radio. Sólo cuando hay un exabrupto o cuando son personajes con trascendencia mediática. También se fueron perdiendo géneros en la radio. No hay ficción, cuando la radio es un lugar ideal para ese género.
–¿La televisión es, al igual que la radio, entretenida y banal?
–¡No!, la televisión es muchísimo peor. Agarra un programa de éxito y lo vampiriza, todo es utilización de ese programa. El año pasado llegaron a haber 16 programas que explotaban el éxito de Tinelli. La televisión no es un estimulante social, es más bien un depresor social.
–¿La nueva Ley de Medios, además de ponerle freno a los monopolios y lograr una distribución equitativa del mapa comunicacional, puede influir positivamente en la calidad de los contenidos?
–Este año la televisión cumple seis décadas, es mucho tiempo de costumbres, de maneras muy arraigadas de hacer, entender y ver televisión que no se cambian por una nueva legislación. Está perfecto que haya leyes porque los ciudadanos careceríamos de un marco de referencia, esta nueva ley está llena de elementos saludables, pero los medios los hacen las personas.
–¿Coincidís con los que dicen que los medios concentrados son la principal oposición al gobierno?
–Es una parte, ¿no? No creo que sea la principal. No hay dudas de que es una oposición dura. Ciertas notas de Clarín y La Nación que afirman que desde el gobierno se construyeron medios favorables, hablan desde una hipocresía notable, porque no hay punto de comparación todavía. Los medios estatales ocupan un lugar muy minoritario con respecto al de esos medios.
–¿Considera que la práctica periodística está mutando en algo totalmente nuevo o va a mantener sus lineamientos tradicionales?
–Acá y en muchas partes del mundo, el periodismo está preocupado por el avance de otras tecnologías y me parecen bien. A mí me gusta leer el diario en papel y nunca lo voy a poder cambiar. Pero los jóvenes ya no leen los diarios en el formato tradicional y primero que nada se meten en Internet. Habría que agradecerles a los bares que todavía tengan los diarios al alcance. En ese punto, también aparece otra función muy importante que tiene la radio. En la debacle de 2001, mucha gente tuvo que apartar al diario de su vida y se apoyó en la radio que, con muy poco, le permite a la gente estar al tanto de lo que ocurre acá y en el mundo.
–¿Cuál es tu postura en relación a la figura del periodista “independiente y profesional” que levantan los medios de la derecha?
–El periodismo es el ejercicio de la mirada. El que tenga mirada más sofisticada, el que haya leído más libros, consultado más fuentes, te va a traer la mirada más veraz. También hay que agregarle otra cuestión. Yo trabajé en Clarín, en La Nación, en Página 12 y me llevo un dicho de todas esas experiencias: el periodismo es lo que te deja en blanco la publicidad. Primero que nada se arma la pauta publicitaria y en función de eso se piensa cuánto hay para llenar y, además, tres o cuatro personas deciden cuál va a ser el contenido.
–¿Qué opina de formatos televisivos como el de 6,7,8?
- Creo que 6,7,8 fue muy útil para mostrar una cantidad de cosas, en la aclaración de ciertos temas, en la manera de revelar cómo funcionan los grandes medios, para contarle cosas a la gente que no tenía posibilidad de enterarse. Las convocatorias que hicieron tuvieron éxito y lo que más me gustó fue escuchar a gente sintiendo que la compañía que tenían los confirmaba en sentimientos que antes creían vergonzantes. Podían manifestarse libremente, junto con otros a favor del gobierno.

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