lunes, 21 de febrero de 2011

La batalla de la comunicación es hoy

Tiempo Argentino
21 de febrero de 2011

Por Cynthia Ottaviano

Se sabe, el enfoque de un medio no es casual ni inofensivo, sino por el contrario deja al desnudo la médula ideológica de ese medio. y su verdadera intención en la puja distributiva del poder económico, social y político nacional.


Si toda la información que existe hoy en el mundo se guardara en CD-ROM, se necesitarían 404 mil millones. Si se los pusiera en una pila, alcanzarían para conectar la Tierra con la Luna y podrían dibujar un camino imaginario todavía un cuarto más largo que esa distancia. A esta conclusión llegó un equipo de investigadores de la Universidad de California del Sur, en los Estados Unidos, que logró por primera vez en la historia cuantificar el nivel de información que nos rodea.

Quizá por eso, porque estamos sobreinformados y no podemos llegar a almacenar, procesar y comunicar ese aluvión, es que tres notas publicadas por este diario el jueves pasado, en las páginas 4 y 5, pasaron algo inadvertidas.

Esta hipótesis, vale aclarar, sólo cuadra para los bienintencionados, porque para los perjudicados por la difusión de esa información no se trató de un impedimento causado por el fenómeno comunicacional, sino de un estudiado acto de ocultamiento.

Se sabe, el enfoque de un medio no es casual ni inofensivo, sino por el contrario deja al desnudo la médula ideológica de ese medio y su verdadera intención en la puja distributiva del poder económico, social y político nacional. Veamos entonces cuáles son las notas, cuáles los beneficiados y cuáles los perjudicados.

En la primera de las noticias en cuestión, el periodista de este diario Felipe Yapur anunciaba lo que por estas horas (lunes por la mañana) debería estar ocurriendo: el editorialista del cártel mediático Clarín-La Nación, Joaquín Morales Solá, fue citado a testimoniar en la causa en la que se investigan los pormenores del Operativo Independencia, ocurrido en Tucumán en 1975, después de que el semanario Miradas al Sur publicara una foto en la que se lo ve junto al general Acdel Edgardo Vilas.

El fiscal Pablo Camuña quiere saber qué grado de injerencia tenían los represores sobre la prensa, ya que probó que las notas publicadas por los diarios de esos días relataban enfrentamientos entre la tropa comandada por el general Vilas y las de los militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo, cuando en realidad, los soldados pateaban puertas domésticas y nocturnas, secuestraban militantes, los trasladaban a centros clandestinos de detención y, con los ojos vendados y las manos esposadas, los fusilaban. Es decir que el fiscal pretende saber por qué los periodistas, como lo era Morales Sóla, y sus patrones ocultaron el genocidio en lugar de denunciarlo. Simple para la sociedad. Para el cártel mediático Clarín-La Nación demasiado complejo, ya que sus propios dueños (Ernestina Herrera de Noble, Héctor Magnetto y Bartolomé Mitre) están imputados junto a Jorge Rafael Videla y José Martínez de Hoz como partícipes necesarios de la comisión de delitos de lesa humanidad, al apropiarse de Papel Prensa. No sólo pueden perder dinero y prestigio, lo cual es obvio, sino también la libertad. Estos son los tiempos que corren. Los que marcan una búsqueda sistemática para establecer la responsabilidad de los socios civiles y mediáticos de la última dictadura.

La otra noticia en cuestión, que sólo se pudo leer en Tiempo Argentino –y explica a los gritos que la batalla de la comunicación es hoy–, divulgó la única encuesta hecha en el país sobre la opinión que tienen los periodistas sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

De los 240 periodistas encuestados (una muestra considerada representativa por la consultora Ibarómetro que la hizo), el 72,7% está de acuerdo con la ley. Un porcentaje un poco mayor, el 79,3%, considera que hay libertad de expresión en la Argentina, y el 70,2% que no es el gobierno el que la restringe sino precisamente la empresa periodística para la que trabaja.

Una daga para el cártel multimediático, ya que demuestra que cada vez que denostaron la ley de la democracia desde sus páginas, no sólo protegían sus bolsillos, sino que lo hacían sin haber consultado siquiera la opinión de sus empleados, quienes defienden en su fuero íntimo lo que se combate desde las páginas del diario para el que trabajan.

Hay que reconocer una coherencia inquebrantable de Clarín-La Nación, ya que si abrazaron el genocidio asociándose, incluso, a la dictadura, por qué ahora habrían de respetar las leyes de la democracia. Se entiende desde la más pura lógica empresaria, pero no se olvida.

Por último, ya a la derecha de la página 5 de Tiempo Argentino, la tercera nota ignorada por todos los diarios (con intención y sin ella), titulada “Firmas contra el cable”, refleja cómo un grupo de personas de Necochea y Quequén le reclaman al gigante Cablevisión-Clarín que dé marcha atrás con los aumentos, que devuelva el dinero malhabido y ordene la grilla de programación tal como lo determinó la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, incorporando además canales como Paka-Paka (única señal para chicos de toda América Latina, pensada desde un Ministerio de Educación) y CN23 (canal de cultura y noticias, del mismo grupo económico que edita este diario).

Está claro por qué ni Clarín ni La Nación lo publicaron, ya que no sólo los perjudica de manera directa desde el punto de vista económico –recordemos que son socios en varios negocios– sino también en su estrategia ideológica de volver a los ‘90, cuando no sólo digitaban las políticas públicas acordes a sus intereses, mientras pisotean la capacidad de organizarse solidariamente y de responder desde las bases a los abusos empresarios.

Esta práctica demostrada aquí por el cártel mediático Clarín-La Nación es habitual en todos los medios. Tanto, que los teóricos de la comunicación la llamaron “agenda cutting” (del inglés cut, cortar). Se trata de todas aquellas noticias que no son publicadas, permitiendo en primera instancia un análisis cuantitativo, para saber qué cantidad no fue difundida, y luego uno cualitativo para determinar qué tipo de noticias y por qué fueron ocultadas.

Si no hubiera sido por Tiempo Argentino –este diario que pisó la calle por primera vez hace 9 meses–, nadie hubiera parido esas noticias, por lo menos en papel. Todos hubiéramos sido funcionales a la intencionalidad dramática para toda la sociedad del cártel multimediático. Como seguramente lo hemos sido y seguimos siendo, produciendo o consumiendo sus productos.

Cuando en la Argentina hablamos de democratizar la palabra, de pluralismo y diversidad, hablamos de impedir que esto siga ocurriendo. Hablamos de contribuir a que se quiebre el discurso dominante, que pretende ser único, aunque ya no lo sea. Hablamos de entender que hoy –a contramano de la Historia–, este discurso autoritario y caprichoso no está encarnado por el aparato gubernamental, sino por el privado. Dejando atónitos a muchos periodistas, desorientados a otros, con la certeza corporativa y empresaria en el cuaderno de tareas que ejecutan a diario. Pero vale la pena recordar que siempre, pero siempre, el cuaderno se puede dejar abandonado o borrarlo y rescribirlo de nuevo, a gusto y con libertad. Si no, para qué tenemos disponible esos 404 mil millones de CD-ROMS llenos de información.

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