jueves, 24 de febrero de 2011

El derrotero del ferroviario que usó al sindicato para convertirse en patrón

Tiempo Argentino
24 de febrero de 2011

Por Rodolfo González Arzac

Desafió a la ortodoxia cegetista, pero en los ‘90 fue seducido por el menemismo. Está detenido por defender un negocio espúreo.


Ahí está “El Negro” con su chaqueta de cuero negro, con el cigarro colgado del labio, los bigotes recortados como un manubrio, joven y peronista, prendiéndole otro cigarro a Saúl Ubaldini, en los días en que, juntos, enfrentaban a la ortodoxia de Lorenzo Miguel y lo volvían loco a Raúl Alfonsín. Y ahí vuelve a estar, diez años después, ya con el bigote del comisario, la camisa amarilla, la corbata marrón haciendo juego con el saco sport, sentado con el cuadro sonriente de Carlos Saúl Menem colgado en la pared. Y lo pueden ver también más allá, otros diez años más tarde: con traje de baño celeste, más que negro dorado, en una reposera acolchonada del Sheraton Río Hotel sobre las playas de Leblón. Y tres años más tarde, ayer mismo, con la camisa fina, blanca, con sus iniciales bordadas en el bolsillo del lado del corazón, el pelo color tiza, los bigotes raleados, y un sueter liviano entre las manos, tapándole las esposas. Las fotos son así: traicioneras.
Puede que el baúl de recortes periodísticos de José Pedraza explique mejor este caso de un cordobés que nació hijo de un peón ferroviario en 1943. Un hombre que supo, como contó, lo que era limpiarse la “cola con papel de diario en un excusado”, y también “dormirse sin comer, apenas con un mate cocido en el estómago”. Que de pibe, allá por los ’60, llegó a Buenos Aires, se inscribió en la carrera de Derecho, arreglaba vagones, pensaba con el prisma del marximo-leninismo, y se agarraba a tiros en la facultad con “los de la derecha”. Y ya maduro, en 1979, agitó el primer paro, empujado por la CGT de los Argentinos, contra la dictadura militar.
Los años ochenta fueron los de la CGT Brasil, la central liderada por el jefe de los cerveceros, la de los 13 paros, la que enfrentó a la ortodoxia y apostó a la renovación peronista. En 1985, José Pedraza ganó las elecciones en la Unión Ferroviaria. El gran salto vino después. El Negro se convirtió en El Gordo.
Los ’90 fueron matemáticos. De los 35.746 kilómetros de vías quedaron operables no más de 11 mil. 80 mil ferroviarios fueron cesanteados. Y Pedraza, silencioso, sumó. La Corte Suprema de Justicia prohibió la presentación de listas opositoras en la UF. Y en diciembre de 1998, la Unión Ferroviaria recibió la línea del Ferrocarril Belgrano Cargas SA, por un período de 30 años, con opción a diezmás.
En 2002, como el resto de los gordos, empezó a cuidarse. Abandonó, con dolor, Tabac, la cafetería luminosa de Coronel Díaz y Libertador. El exilio del escrache lo llevó a la cocina internacional de Happening, sobre Avenida Moreau de Justo: un lugar mucho más seguro.
Cuatro años más tarde, Pedraza fue procesado por estafar a los trabajadores de su gremio desviando 34,3 millones de pesos que el sindicato les descontaba en concepto de seguro de sepelio. Pero zafó. Todavía era un intocable.
Una noche de octubre del año pasado, afiebrado, Pedraza fue más lejos que nunca. Ordenó la conformación de un grupo de choque para enfrentar a los trabajadores tercerizados que pretendían amenazar uno de sus negocios mejor escondidos (se calcula que hay unos 1500 trabajadores que cumplen las mismas tareas que los ferroviarios, pero cobran la mitad y no tienen derechos laborales; y se estima que la diferencia va a parar a manos de la conducción de la Unión Ferroviaria). A la mañana siguiente, barras y ferroviarios acribillaron a Mariano Ferreyra, balearon a Elsa Rodríguez e hirieron a otros tantos.
Fue el último capítulo de José. Pedraza ahora está en la cárcel. Y ya no hay nuevas fotos para su álbum. Apenas queda la imagen del domicilio donde lo detuvieron, dos torres en Puerto Madero, igualitas a las Petronas de Kuala Lumpur.

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