lunes, 2 de mayo de 2011

Morocho

Tiempo Argentino
2 de mayo de 2011

Por Irene Haimovichi
Delegada del diario La Nación.

Es morocho. Hace un tiempo pinta canas. Las canas no le aclararon la piel. Ahora es un morocho con canas. Lleva su verdad morocha como un tatuaje. Esa verdad le tiñe la piel de este a oeste y de norte a sur, como si fuese un país, con esa dimensión territorial puesta en el cuerpo.
Nunca esperó que los otros le crean; pero los suyos sí, sabe que ellos no dudan de su palabra. No dudaron antes, menos ahora.
Sabe que vive en el país de nosotros y los otros, y sabe que ese nosotros se definió desde el lugar donde lo encontró parado la vida cuando empezó a caminar. Por eso, también se sabe parte del país de los que se curten la piel laborando día a día, de los que no tienen futuro ni presente asegurados; se sabe parte del país trabajador, obrero, estudiante, empleado, cartonero, campesino, de los que tienen la vida ajustada al salario, cuando hay un salario al que ajustar la vida.
Luce el brazo izquierdo todavía más oscuro que el resto del cuerpo, de llevarlo asoleándose apoyado en la ventanilla. Es su marca de fábrica. Es el brazo de recorrer caminos, de cruzar la pampa montado sobre ocho ruedas en un transa-tlántico terrestre, inmenso como la inmensidad del país, amplio como el espacio que va de frontera a frontera.
Lo veo abarcativo, abrazando a los suyos y abrazándonos a todos. También le presiento la furia, ¿quién no se enfurece cuando la condena llega antes de existir causa?
Es morocho y sabe que cada día los blanquitos le miden la sangre, le toman examen, ponen a prueba su “civilidad”, le calculan el debe y el haber. Pero él se la banca, aprieta la mandíbula y se guarda la furia para otra batalla.
Este morocho es el mismo que le plantó cara al Estado privatizador con más de 13 paros, le dijo No al neoliberalismo cuando los sin patria vivaban una tras otras las privatizaciones, defendió palmo a palmo los derechos de todos los morochos y de todos los blancos amorochados del país. Fue uno entre los pocos que no se compraron al menemismo en cómodas cuotas, aunque ya nadie quiera acordarse.
Ya sé que no necesita defensa, que tiene la piel dura, que los suyos salen a pegar y patear enojados con la injusta mirada que no mide igual a morochos y blancos, que convierte en sospechoso a todo aquel que se agremia, a todo el que se asume voz de los trabajadores, los oprimidos, los descamisados, diría Eva. Pero es que también escucho en los pasillos, donde susurran quienes después denostan su figura a viva voz: Ojalá tuviésemos un morocho como él defendiéndonos los derechos. Porque ¿sabés, morocho? A la hora de reconocernos trabajadores todos quisiéramos ser camioneros y tener un morocho como vos para disputarle poder a nuestros patrones.

*Carta leída en el acto de la CGT por el 1 de Mayo

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